domingo, 18 de septiembre de 2011

Frankenstein o el moderno Prometeo

Año: 1816. Lugar: Suiza. Quiénes: Lord Byron, Percy Bysse Shelley,  Mary W. Shelley  y  Polidori.

Anécdota: Lord Byron propone una apuesta  -¡a ver quién escribe un relato de fantasmas!- y de ahí  y de las conversaciones que Mary escuchaba a sus compañeros de viaje acerca de la posibilidad de dar vida a la materia inerte surgieron las imágenes que dieron lugar a Frankenstein o el moderno Prometeo:

Vi -con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental-, vi al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al ser que había ensamblado. Vi al horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida, y agitarse con movimiento torpe y semivital. Debía ser espantoso; pues supremamente espantoso sería el resultado de todo esfuerzo humano por imitar el prodigioso mecanismo del Creador del mundo. El éxito aterraría al propio artista; huiría horrorizado de su odiosa obra. Confiaría en que, abandonada a sí misma, se apagaría la leve chispa de la vida que había infundido; en que este ser que había recibido tan perfecta animación se resolvería en materia inerte; y así pudo dormir, en la creencia de que el silencio de la tumba extinguiría para siempre la existencia efímera del horrendo cadáver al que había juzgado cuna de la vida. El estudiante está dormido, pero se despierta; abre los ojos; mira, y descubre al horrible ser junto a la cama; ha apartado las cortinas y le mira con sus ojos amarillentos, aguanosos, pero pensativos.
 
De la introducción de Mary W. Shelley para la edición de Standard Novels

jueves, 8 de septiembre de 2011

Los papeles de Aspern


Entretanto llegó el verano; sus días transcurrieron lenta y plácidamente, y ahora, al evocarlos, me parecen los más felices de mi vida. Permanecía en el jardín durante las horas en que el calor no era excesivo: me había hecho arreglar la glorieta, y había mandado colocar en ella una mesa baja y un sillón. Allí llevaba libros y carpetas -siempre tenía entre manos alguna tarea literaria- y trabajaba y aguardaba, meditaba y esperaba, mientras las plantas bebían la luz del sol y el viejo palacio inescrutable palidecía bajo sus rayos, hasta que luego, cuando el día declinaba, empezaba a recobrarse y enrojecer. Y mis papeles susurraban mecidos por la brisa vagabunda del Adriático.
Los papeles de Aspern, Henry James