lunes, 31 de diciembre de 2012

Mis 10 películas favoritas ESTRENADAS en el 2012.

1. Cosmópolis, de David Cronenberg.
2. Shame, de Steve McQueen.
3. En la casa, de François Ozon.
4. Take Shelter, de Jeff Nichols.
5. Declaración de guerra, de Valèrie Donzelli.
6. Las malas hierbas, de Alain Resnais.
7. Martha Marcy May Marlene, de Sean Durkin.
8. Young Adult, de Jason Reitman.
9. Killing them softly, de Andrew Dominik.
10. Moneyball:Rompiendo las reglas, de Bennett Miller.

Patricia L.D.

LAS 10 DEL 2012.

De las lecturas de este año, mis favoritas han sido:

1. Una habitación propia, de Virginia Woolf.
2. Umbral o el contradiós, de Emilio Arnao.
3. El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys.
4. Los enamoramientos, de Javier Marías.
5. En la pausa, de Diego Meret.
6. Con Borges, de Alberto Manguel.
7. Curso de filosofía en seis horas y cuarto, de Witold Gombrowicz.
8. Kubrick y la filosofía, de José Manuel Campillo Ortega.
9. Almas grises, de Philippe Claudel.
10. Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell.

 Patricia L.D.

sábado, 15 de diciembre de 2012

La piedra de la paciencia, de Atiq Rahimi



ATIQ RAHIMI
La piedra de la paciencia
Traducción de Elena García-Aranda
Punto de Lectura S.L, Madrid, 2010.
112 páginas. 7,99 euros.
               “En algún lugar de Afganistán, o en cualquier otro lugar”
 
Atiq Rahimi nació en Kabul en 1962. En 1984, se vio obligado por la guerra a refugiarse en Pakistán, recibiendo más tarde asilo político en Francia. Su primera novela “Tierra y cenizas” fue un éxito de ventas tanto en Europa como en Sudamérica. Se encargó de su adaptación al cine, y obtuvo múltiples premios internacionales. En el 2008  recibió el premio Goncourt  por “La piedra de la paciencia”. Un libro, que quizá por la experiencia del escritor en el cine, resulta muy cinematográfico. Y con una película vamos a empezar este post, aunque no de Atiq Rahimi, sino de Won Kar-Wai.        

            En la película “Deseando amar”, un personaje nos cuenta que antiguamente si alguien tenía un secreto que no quería compartir con nadie, lo que hacía era subir a una montaña en busca de un árbol. Una vez encontrado, elegía un agujero y susurraba el secreto. Al terminar, lo cubría con barro y lo dejaba ahí para siempre.

            En “La piedra de la paciencia” no aparecen árboles, pero sí una mujer en una habitación pequeña que necesita contar muchos secretos, todos aquellos que durante años se ha visto obligada a callar. Similar a la historia del agujero en el árbol, en esta novela nos encontramos con el siguiente mito: existe una piedra sagrada, una piedra negra, que sirve de ayuda a los desventurados, pudiendo verter en ella todo su dolor que finalmente es absorbido. A la mujer –no sabemos su nombre –le valdrá de piedra negra “su hombre”, que está en esa misma habitación postrado, herido por una bala, casi sin vida. Justo cuando él se ha convertido en un cuerpo completamente vacío, ella tendrá, por primera vez, la oportunidad de poder hablar. Seguramente los lectores se acordarán de Carmen Sotillo, el personaje de “Cinco horas con Mario”, de Miguel Delibes.

            A través de su monólogo seremos testigos primero de sus plegarias y más tarde del sufrimiento, sus deseos, su rabia; descubriremos las entrañas de una mujer, madre de dos hijas, que quiere de una vez por todas liberarse del yugo que sufre en el presente, así como el padecido en el pasado. Entrelazándose con su monólogo, un narrador en tercera persona se hará eco de todo lo que interfiere en el discurrir de las palabras de la mujer: los disparos, los llantos, la voz del mulá llamando a la oración, el ruido de los guerreros.

            Con una prosa en la que no sobra ni falta nada, sin alardes, bella, poética por momentos, Atiq Rahimi nos cuenta en esta novela breve, una historia que nos atrapa, que nos interpela, y finalmente nos explota, como toda piedra sagrada, toda “sangue sabur” termina haciéndolo. A diferencia de todo lo que se guarda en los árboles y que se queda ahí para siempre.
  Patricia L.D.


domingo, 18 de noviembre de 2012

El hijo de Gutenberg, de Borja Delclaux.


El hijo de Gutenberg
Autor: Borja Delclaux
Lengua de trapo
224 págs.
17,50 €


Entrar en El hijo de Gutenberg es entrar en una singular historia de amistad entre un administrador de fincas urbanas y un contable que desde el momento que se  encuentran fuera de sus trabajos consiguen construir otra dimensión en sus vidas. Una dimensión más allá de su rutina diaria, pero a la vez, muy pegada a ella. Y así, la experiencia que tiene Vargas a la hora de lidiar con un montón de vecinos, vendrá como anillo al dedo  para conseguir que un grupo de excéntricos se reúna una noche a celebrar la muerte del dadaísmo -¡viva dadá!- una comunidad que pasará del espacio virtual al real, y que cantarán a lo singular, lo excepcional, lo defectuoso, lo que no es lo que parece, lo que muta, lo que se derrite.

Y es que en esta historia todo se transforma. La ventana del taller de imprenta en el que Vargas pasa unas horas para engrasar y limpiar la linotipia  de su padre –Víctor Vargas –dejará de ser un escaparate para convertirse en una pantalla de cine de la que él será la cámara privilegiada; y Bruno nos contará la historia de cómo sus viejas zapatillas de pana llegaron a convertirse en un invernadero: Vivía tan intensamente la vida interior de las zapatillas que de alguna forma los cambios tenían su reflejo en mi propia vida interior, como si hubiera una extraña compenetración entre el estado de las zapatillas y mi propio estado mental. Una especie de entendimiento, una química interior.  De ahí a convertirse en experto en pantuflas sólo tendrá que dar un paso. O dos. Con un pie y con el otro: esos pies con calcetines desparejados, de distinto color. Bruno, con su miedo de niño a los maniquíes y su nostalgia de los zapatos de charol con los que hizo la comunión: nostalgia no de la infancia perdida ni del tiempo pasado ni del sentimiento religioso: pura y dura nostalgia del charol.

En el taller de imprenta conoceremos también al señor y la señora Berg, artefactos construidos gracias a las piezas que el padre de Vargas reciclaba y recogía previamente con su carrito de supermercado. Construida también esta pareja con las piezas que se iban estropeando de La verdadera señora Berg, que no es otra que la linotipia mencionada líneas más arriba: Su relación con esta máquina llegó a ser tan personal que se comunicaba con ella como si fuera un animal o incluso una persona: durante muchos años la llamó Edelmira.

Linotipias que se llaman Edelmira, zapatillas que sacadas de su contexto –y como si de una obra de Marcel Duchamp se tratara –pasan a ser un invernadero, y que alejadas de su uso habitual, también tendrán algo que decirnos respecto a su nueva situación. Sí, nos sorprenderemos con un diálogo entre zapatillas; perros que se preocupan de sus dueños y guau guau, consiguen decirnos unas cuantas palabras. Ahora todo parece posible. Ahora todo es  posible. Hasta llegar a encontrar un sentido: De pronto cada cosa está en su lugar exacto; de pronto todo tiene sentido: tú tienes sentido y el mundo tiene sentido; de pronto te sientes protagonista de tu propia vida, dueño de tu propio destino, compañero del azar.

Esta es una historia de cosas, una historia de nuestra relación con ellas, pero sobre todo es la historia de una amistad y de un conjunto de experiencias artísticas vividas por personas por lo general ajenas al mundo artístico: como reza la exposición Anonimarte que también aparece en este libro.

            Les invito a entrar en este libro. En él late un corazón, quizá compuesto de tuercas y tornillos, pero un corazón que se siente y funciona al ritmo del otro.

Ahora más que nunca necesitamos el espíritu dadá. (…) Ahora que todos se han puesto tan serios, tan graves, tan encantados de conocerse a sí mismo que apenas ven otra cosa que su propio ombligo. Están enfermos de gravedad. Necesitamos a dadá. Que los artistas se queden en los museos. Devolvamos el arte a la calle.

Patricia L.

Sobre el autor, extraído de la página de Lengua de trapo: Borja Delclaux nace en Bilbao en 1958 y se establece en Madrid desde mediados de los ochenta. Falleció en abril del 2006, mientras concluía el proceso editorial del presente libro. En 1995 se publicó en Lengua de Trapo su obra Picatostes y otros testos, segundo título de la Colección Nueva Biblioteca y I Premio Lengua de Trapo de Narrativa. Es, por eso, autor fundacional de esta casa: en su escritura desacralizadora y juguetona, en la línea del primer Vila-Matas o de Monterroso, se resume a la perfección el espíritu de la editorial.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Wilt, de Tom Sharpe.

El problema no ha sido Henry Wilt, el personaje creado por Tom Sharpe que además de formar parte de esta historia titulada Wilt, también lo hizo en Las tribulaciones de Wilt, Ánimo Wilt, Wilt no se aclara, y por si no tuviésemos suficiente Wilt, otro más: La herencia de Wilt. El problema tampoco ha sido su esposa Eva, mujer hiperactiva, excesiva en todo y adicta a cientos de cursos: cerámica, baile oriental, judo, meditación trascendental, etc., etc.

            Tampoco los pensamientos de Wilt acerca de cómo matarla, de imaginarse  una vida sin ella después de doce años de matrimonio; ni su falta de decisión, ni sus diez años de profesor auxiliar en la Escuela de Artes y Oficios. Tampoco su existencia anodina, su aburrimiento, su deprimente rutina. ¿Quizá Judy, la mujer de plástico hinchada a mayor presión de lo normal? No. Ni la fiesta en una casa del vecindario, ni la vecina con cerebro de cacahuete y cientos de pájaros revoloteando en su cabeza, ni los obreros que se encuentran a la muñeca hinchable asesinada en su obra. ¿Pero acaso se puede asesinar a un trozo de plástico? Y es aquí, en este momento, cuando también  entra en juego la policía y sus pesquisas, tan poco acertadas ellas;  y una mitad –Wilt –se quedará ahí, entre los cotilleos y tejemanejes de la Escuela, la comisaría, el ajetreo en las obras con la pobre muñeca Judy enterrada en hormigón, sometido a un sinfín de interrogatorios, mientras la otra mitad –Eva –muerta aparentemente, presencia fantasmal para algún que otro cura, tomará un barco con una pareja que la deslumbrará al principio hasta que finalmente escape espantada de los dos: Sally, a quien le gusta la Terapia Táctil y Gaskell, que se divierte con juegos y juguetes infantiles.

            Y según vamos leyendo, iremos pasando de un enredo a otro. Y seguramente al final, el señor Wilt saque algo de esto. Y seguramente la señora Wilt también. ¿Pero qué sacamos nosotros, los lectores? Como mucho, pasar un rato un poco divertido. Más allá, y este sí es el problema: NADA.

            Me acordé de la película Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2007). Por si les gustan las historias con mujeres de plástico hinchadas a mayor presión de lo normal. Ahí si encuentro a personajes de verdad, aunque uno sea de plástico.

Patricia L.

Nota: sería injusto no decir que con quince o dieciséis años Wilt sí me pareció entretenido y me arrancó más de una sonrisa. Supongo que mis gustos han ido cambiando y pido a una historia más que una sucesión de enredos; o sencillamente, que este libro no aguanta bien una relectura.

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sábado, 3 de noviembre de 2012

Click, de Javier Moreno.


Click, de Javier Moreno
Candaya, 2008


El protagonista de la novela Click, de Javier Moreno (Murcia, 1972) no se llama por casualidad Quisque Serezádez. Antes de hablarles de Quisque, acompáñenme un segundo, y abramos por obra de birlibirloque Las mil y unas noches. El Sultán para vengar la infidelidad de su  esposa decide que cada noche una mujer -hijas de sus cortesanos-  la pase con él: al día siguiente, la elegida para la ocasión morirá. Esta cadena de muertes se rompe cuando le toca el turno a Sherezade. ¿Qué hace Sherezade? le cuenta al Sultán un cuento, pero lo deja sin terminar, y de este modo consigue salvar su vida: porque el Sultán quiere seguir escuchando esa historia, saber qué es lo que va a pasar. Así hasta mil y una noches. Finalmente, el Sultán se enamora de ella y son felices. Sí, Sherezade ha salvado su vida.

             La diferencia entre Sherezade y Quisque Serezádez está en que en el caso del segundo, es él quien empuña el arma que puede acabar con su vida. Click. La ley de la probabilidad. Click. Una bala dentro del tambor. Click. La ruleta rusa. Click. Suicidio fallido: puede seguir contando. Porque de contar va esta historia, de contar-se Quisque, con un arma en la mano y con una pluma en la otra. Quisque, ese hombre seducido por las formas bellas, las formas de las mujeres a las que tanto desea, la forma de un poema, de una cornisa arquitectónica. Quisque Serezádez, Quisque hedonista. No sabe cuándo la bala atravesará su cabeza, por lo tanto, tiene que darse prisa. Los recuerdos se agolpan, quiere dejarlos por escrito y de este modo evitar el olvido. ¿Recuerdan a Ulises? Cuando retorna de su odisea se encuentra con otra no menor, tener que volver a contar-se, a narrar-se,  para que todos le reconozcan. Sin este reconocimiento mutuo, Ulises sería un extraño, un don nadie.

            Sí, es una recomendación. Abran el libro. Escuchen a Quisque. Préstenle sus oídos.

            Fragmento robado de la contraportada: Vivianna (la muchacha adolescente), Estela (la astrónoma), Mymmi (la actriz porno), Inga (la modelo), Sónica (la periodista)… nueve mujeres que serán las musas inspiradoras de la escritura peligrosa del seductor –a pesar de sí mismo –que es Quisque. Un Quisque (estadístico, colaborador de la revista Zienzia, “amante del amor”, guionista) que teje y desteje la memoria personal en la simultaneidad que otorga la cercanía de la muerte.

Patricia L.
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domingo, 14 de octubre de 2012

Sonata para perdedores, de José Manuel Campillo Ortega.

Acerca de la confesión, nos dice María Zambrano en un libro titulado La confesión: género literario: Sin una profunda desesperación el hombre no saldría de sí, porque es la fuerza de la desesperación la que le hace arrancarse hablando de sí mismo, cosa contraria del hablar. Más adelante: huida de sí y expresión de alguna culpa, de un yo que se quiere rechazar.

El protagonista de Sonata para perdedores, de José Manuel Campillo Ortega, siente esa desesperación, y por eso se lanza a expresar la culpa, liberarla, hablar de sí mismo. Le sirve de confidente su amigo Arturo. Aunque al otro lado de las páginas, nosotros también prestamos nuestros oídos. Y escuchamos: Hace tiempo yo maté a una mujer.
                       
Jaime confiesa una parte de su vida bañada por la traición, el crimen y la mentira. Y esa parte de su vida tiene lugar en Florencia, la ciudad que elige para poner fin a sus días.

Nos encontramos con una persona cansada, sin ninguna ilusión, hastiada de todo, que decide coger todos sus ahorros y marcharse a la ciudad que le verá por última vez, y donde tiene la intención de exprimir hasta el último minuto y hacer todo aquello que nunca ha hecho. Antes del último adiós, antes de suicidarse, quiere que lo imprevisible forme parte de su vida; dejar a un lado la rutina, el orden. Cada momento, vivirlo con intensidad. En definitiva: no pensar la vida, sino vivirla.  

Y que mejor ciudad para despedirse de ese modo que una llena de belleza. Jaime emprende el último viaje a una ciudad rebosante de luz,  pero sobre todo, lo que emprende Jaime es un viaje que le llevará a mirar hacia su interior. Y el interior de Jaime es como la iglesia de San Marcos: quizá no exista otra iglesia en Florencia que resalte mejor la fuerza de la luz en su lucha contra las tinieblas.

Leer Sonata para perdedores me ha traído por su atmósfera, el recuerdo de sensaciones que tuve leyendo El lobo estepario, Fausto, El retrato de Dorian Gray, o El jugador. Porque en ella nos encontramos a un hombre distanciado de la sociedad, que quiere quitarse la máscara, que le cansa llevarla; encontramos un pacto con el diablo; y nos encontramos a alguien que quiere que unos jóvenes dibujen su cuerpo pero que les pase desapercibida su alma decrépita, envejecida y carente de alegría. Me recuerda también porque hay juego, apuestas: No son unas partidas de ajedrez. Son las partidas. En estas se comienza jugando dinero y se acaba vendiendo el alma al diablo. Y a Jaime le gusta apostar: y entre partida y partida llegó la noche que marcó el devenir de mi vida. La que dio comienzo al canalla en el que luego me convertí.

 Como le dice Jaime a su confidente Arturo ,acomódate, nosotros debemos hacer lo mismo.  Acomodarnos y seguir leyendo, escuchando.

También me recuerda a esas historias, por la gran cantidad de fragmentos para subrayar y pensar.  En mi caso, cinco folios: anverso y reverso.

Sonata para perdedores suena a otra época, pero con interrogantes que nos acompañan en todas. Me sorprende para bien que un libro como éste lo lean chicos  y chicas de 4º de la ESO y 1º Bachillerato (Psicología).  

Después de leer Kubrick y la filosofía, me apetecía leer algo más de José Manuel Campillo. Me gusta la apuesta que hace su autor, tanto en el ensayo como en la ficción. Se agradece tener la oportunidad de pasar un buen rato, pero siempre acompañado de un plus que nos lleve un poco más allá. O más acá.
                                                                                                                                           
Unos veinte minutos después entró en una librería. No estaba muy seguro de que debiera hacer lo mismo, pero la curiosidad me pudo. Quería saber sus gustos literarios. Era consciente de que las distancias se acortaban y que la decisión no era muy acertada, pero las librerías siempre han sido mis santuarios particulares y ahora que ella profanaba uno de ellos quería saber por qué o por quién lo hacía.

Y yo te pregunto, ¿tú por quién o por qué  profanas las librerías? y de paso os recomiendo la librería La Central que han abierto hace poco en Callao (Madrid). Para quedarse a vivir allí.   

Patricia L.

Nota:Se puede adquirirSonata para perdedores en versión Kindle por0, 99euros; y en formato papel por 15; el libro de “Kubrick…”desde hace unos días estádisponible en papel por 8,80 euros; y en versión Kindle por2,87.

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miércoles, 3 de octubre de 2012

Almas grises, de Philippe Claudel.

Pero nada es simple. Los únicos que no se equivocan son los santos y los ángeles. Almas grises, de Philippe Claudel (Nancy, 1962) no nos habla de santos ni de ángeles, pero sí de personas que sonríen a los demás aunque estén desgarradas por dentro; que cuentan pero también esconden muchos secretos; de mutilados, tanto de brazos como de corazón; de padres, esposos, novias y de  personas que pensaban que eran felices, hasta que llegó un día en el que todo empezó a derrumbarse. Como se derrumbaba más allá de sus límites, de su colina, otro mundo: Por supuesto, oíamos la guerra. La habíamos visto anunciada en los carteles de la movilización. La leíamos en los periódicos. Pero, en el fondo, la sorteábamos, convivíamos con ella como se convive con un mal sueño o un recuerdo amargo. No acababa de formar parte de nuestro mundo. Pertenecía al del cinematógrafo.

            Lo que no pertenece al cinematógrafo es la aparición en 1917 del cuerpo sin vida de una niña de diez años: Belle de Jour. De este hecho trágico y del misterio que le envolvió, quiere dar cuenta el narrador de la  historia. Un hombre que en aquél entonces tenía treinta años y ya ha cumplido los cincuenta.

            En esos veinte años han pasado muchas cosas, y sólo le queda la memoria y muchas preguntas sin contestar. A través de los recuerdos y su materialización en la escritura, tratará de excavar en todo lo que tuvo alguna relación con el denominado Caso, teniendo que dar cuenta no sólo de ese triste día, sino de los años anteriores y también posteriores, y sobre todo de un gran número de existencias grises. Las cosas no son ni blancas ni negras, lo que reina es el gris: los hombres, sus almas…, pasa lo mismo.

            En esta historia, pocas veces se mencionan colores que alegren sus páginas, porque en este pueblo, cualquier destello de color, de belleza –como lo tenía la pequeña Belle de Jour –al igual que ocurre con una flor, termina marchitándose o directamente es arrancado de cuajo. Y entre el lento marchitar y el adiós rápido, muchos preferirán el segundo, envidiando, si no lo consiguen, la suerte de quienes sí lo tuvieron: No conoció el mal, se fue sin conocerlo. A nosotros, en cambio, el mal nos ha vuelto feos.

            No es de extrañar que con tanta fealdad, tanta maldad, y tantos valores que ya han perdido todo el valor que pudieron tener un día, un personaje, Joséphine La Pelleja, confiese: Si tuviera buenos cacharros de cobre, los colgaría igual, y producirían el mismo efecto, la sensación de que el mundo no es tan feo, de que a veces hay pequeños reflejos dorados, y de que en el fondo la vida no es más que la búsqueda de esas migazas de oro.  

            Y no es la única que confiesa. El propio narrador también confiesa todo lo que en su día no se atrevió. Y es que a veces se silencia demasiado. Porque interesa no decir, porque interesa ocultar, porque es mejor mirar hacia otro lado, por miedo, porque no somos una ciencia exacta. En Almas grises no sólo se trata de dar respuesta a un asesinato, sino a muchas otras preguntas: las que le hace el narrador a los demás, las que se hace a sí mismo, y las que nos hace a nosotros, como parte que formamos de un todo.

            Para terminar, sólo decir que la prosa de Philippe Claudel está llena de belleza. Una migaza de oro.

            Abstenerse de su lectura santos y ángeles.

            P.D: Almas grises es el primer libro que hemos leído en el Club de lectura de San Lorenzo de El Escorial. A la mayoría, no digo a todos por si acaso algún comentario se me pasó por alto, nos ha gustado mucho. Y además ha dado juego a la hora de comentarlo.Variedad de interpretaciones.

Patricia L.

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domingo, 5 de agosto de 2012

Drive, de James Sallis.


Drive, de James Sallis.
RBA Libros, S.A., 2009
160 páginas.
14 €
           
 Drive, de James Sallis (Helena, Arkansas, 1944) pertenece al género negro. Se trata de una novela corta, dividida en capítulos breves, y cuyo protagonista Driver, sólo sabe hacer una cosa, aunque esa cosa la hace como nadie: conducir. Yo conduzco. No hay nada más. No me quedo esperando a que tú planifiques el golpe, ni mientras lo das. Tú me dices dónde empezamos, dónde vamos, dónde iremos cuando terminemos, a qué hora es la cosa. Yo no participo, no conozco a nadie, no llevo armas. Yo sólo conduzco. Driver además se dedica a dar vueltas de campanas y sus trompos en películas. Películas muy espectaculares.

            Y así se gana la vida nuestro personaje, conduciendo. A una le hubiese gustado que el mismo dominio y gracia con el que Driver lleva su coche lo tuviese el novelista a la hora de estructurar esta historia, sin embargo, la sensación que he tenido leyéndola es más de coche que hay que llevar al taller a reparar. Si no hubiese visto previamente la película creo que no habría seguido la sucesión de crímenes y el porqué de los movimientos de Driver. Todo aparece como una mera sucesión de encuentros sin apenas conexión. Como Driver, personaje nómada, que pasa su vida de motel en motel, sin dejar rastro en ninguna parte, el lector pasa de capítulo en capítulo desconcertado, sin encontrar un sentido. Y esto estaría muy bien porque la obra habla en parte del sinsentido de todo, del ir tirando, de la dificultad, cuando no imposibilidad,  de ir contra lo que uno es; pero para hablar del sinsentido también hay que tener, como hemos dicho que tiene Driver con su coche,  dominio y gracia. Y es una lástima, porque hay una historia, hay un personaje interesante, pero falla el cómo se cuenta.

             Drive (2011) la película de Nicolas Winding Refn basada en el libro es un estupendo ejercicio de recoger las piezas estropeadas de una historia, arreglarlas y con ellas poner en marcha un artefacto que funciona. Sólo hace falta dar al PLAY y ver cómo lo hace. Un acierto en elegir el cuento del escorpión y la rana para que comprendamos la naturaleza del personaje de Driver. (Frente a las menciones literarias en el libro que no añaden nada salvo estupefacción en el lector).

            Aunque es un libro que no estoy recomendando sí quiero dejar algunas impresiones que aparecen en la contraportada, porque a otros sí les ha gustado:
            <<Un relato duro y sensacional sobre asesinatos, traición y engaños>>. The Boston Globe.
            <<Una bellísima obra que te hace desear que los demás escritores aprendan de Sallis.>> The Washington Post.


Drive (2011), de Nicolas Winding  Refn
Patricia L.

martes, 17 de julio de 2012

La invención de la soledad, de Paul Auster.

A principios de junio, nuestro compañero Javier Lee nos recomendaba en el blog "A leer que son 2 días",  Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, un libro autobiográfico en el que el autor escribía, tras la muerte de su padre, acerca de la relación que mantuvo con él. En el libro que comentamos hoy, La invención de la soledad, dividido en dos partes, Retrato de un hombre invisible y El libro de la memoria, el arranque es el mismo: la pérdida del padre.
           
            Retrato de un hombre invisible.
            Tres semanas después de recibir la noticia, Paul Auster decidió empezar este libro, aunque más que una decisión la idea se le presentó como una imposición, una obligación: la de no dejar que las huellas de su progenitor se borrasen para siempre. Sobre todo al tratarse de un hombre invisible. Era un hombre invisible, en el sentido más profundo e inexorable de la palabra. Invisible para los demás, y muy probablemente para sí mismo.

            ¿Y cómo pintar el retrato de un hombre invisible, cómo rastrear las huellas de alguien que no dejó ninguna? Auster no se rinde. Toda la vida estuvo buscando a su padre, y ahora, una vez que se ha ido para siempre, no quiere desistir en esa búsqueda. Le buscará en los objetos que ha dejado tras su muerte, y  que ya sin la presencia de quien los dotaba de significado se vuelven inertes. Y aunque se queda con algunos como son un reloj, un jersey, el coche, etc., llegará un momento en el que éstos sólo consigan transmitirle una falsa ilusión de intimidad.

            Probará con  las fotografías que encuentra en  casa. Y observa a su padre, cuando todavía no tenía hijos, cuando no se había casado, cuando era joven. Unas fotografías que de alguna manera significan un paréntesis en la muerte de su padre, algo que queda al margen de ésta, resguardadas del final, todavía en este mundo. Y el hijo las mira porque es lo único que puede hacer para intentar encontrar una respuesta a ese enigma, a ese hombre hermético, inescrutable. Ellas puede que le ayuden a confirmar cosas que intuía, incluso a rellenar huecos o puede que ese observar no le lleve a encontrar ninguna certeza. Desde el principio reconozco que este proyecto está destinado al fracaso.
            
            Ahonda en los recuerdos. Y nos encontramos con el pequeño Paul, con un niño que quiere –como todos los niños –formar parte del mundo de su padre, pero como no se siente incluido decide optar por  inventarle un pasado romántico, cualquier cosa que justifique y explique esa indiferencia. Ese padre que habla de modo automático, que siempre tiene una frase a mano para la ocasión, en lugar de palabras que él mismo hubiera buscado o creado. Qué duro sentir, que hagas lo que hagas, esté bien o mal, tu padre siempre va a tener para la ocasión unas palabras, y que todas suenen igual, como una lección memorizada.
           
            Y es entonces cuando viene el desvelamiento de un secreto, el momento en el que Auster nos cuenta que su abuela mató a su abuelo. Las consecuencias de ese hecho en la familia, y entre ellas las que tuvo para  su padre. Y puede que ahí se encuentren las raíces de su invisibilidad posterior.

            Después de esta búsqueda, Auster siente la impotencia de no poder decir nada con certeza. Que podría decir una cosa y su contraria para referirse a su padre. Y lo único que le queda, y lo que recibimos sus lectores, son fragmentos. O la anécdota como forma de conocimiento.
   
             En este libro se desmitifica la idea de la escritura como catarsis. Auster siente que la escritura más que cicatrizar la herida, lo que hace es abrírsela más.
            El libro de la memoria.
            Si en Retrato de un hombre invisible Auster se sirve de la primera persona, en esta lo hace de la tercera. Nos encontramos ahora con A., un trasunto del autor, y con sus reflexiones acerca de la soledad, del olvido, de la memoria, la maldición del padre ausente, su relación con la escritura, con las casualidades -cómo no-, uno de los grandes temas austerianos, y con su propia paternidad. Había comprendido el verdadero significado de la paternidad: la vida de su hijo le importaba más que la suya, y si su propia muerte hubiese servido para salvar a su hijo, la habría aceptado sin dudar.
           
            Para escribir sobre estos temas dialogará con Proust, Van Gogh, Beckett, Ana Frank, Pinocchio…
           
             No puedo evitar, dados los tiempos que corren, terminar con este texto:

            Dicen que si el hombre no pudiera soñar por las noches se volvería loco; del mismo modo, si a un niño no se le permite entrar en el mundo de lo imaginario, nunca llegará a asumir la realidad. La necesidad de relatos de un niño es tan fundamental como su necesidad de comida y se manifiesta del mismo modo que el hambre.

            Creo que sí hay lecturas para el verano. Que parece que el calor nos amodorra y necesitamos leer los párrafos dos veces, así que mejor algo ligero. Sin embargo, también creo que hay libros que son para todas las estaciones. Que son esos libros que invitan a la reflexión, a generar pensamiento, a buscar un sentido –dentro de esta vorágine de sinsentido –aunque sea provisional.
            
               Uno de ellos, bien podría ser La invención de la soledad.

A.I. Inteligencia Artificial (2001), de Steven Spieldberg
O la historia de un Pinocchio-robot

Patricia L.        
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domingo, 1 de julio de 2012

Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell.



Hace unos días, el 26 de junio, Viajera sin descanso me lanzaba a través de un comentario en el blog colectivo "A leer que son 2 días" una invitación: lee Mi familia y otros animales de Gerald Durrell, que además, seguía diciendo, es un buen libro para el verano al transcurrir en Corfú. Hasta ahora no había leído a Gerald, pero sí había disfrutado mucho con la lectura de su hermano Lawrence (Larry), por eso no entendí que Viajera sin descanso me dijera que para ella Larry siempre sería el hermano pesado de Gerald. Hasta que empecé a leer este libro. Si Lawrence es conocido por su tetralogía El cuarteto de Alejandría, Gerald lo es por la trilogía de Corfú, que engloba Mi familia y otros animales; Bichos y demás parientes; y el último, El jardín de los dioses. En la introducción al libro nos dicen que es una mezcla de géneros: retrato de gentes y lugares, la autobiografía y el relato humorístico. Para mí, sencillamente, es un canto a la vida.
            Igual les extraña algo de los dos primeros títulos, ese meter en un mismo paquete a la familia y a los animales, a los parientes y a los bichos, pero cuando entramos en el mundo de Gerald entendemos que es sólo fruto del cariño que siente por todos (aunque parece sentirse más unido a los bichos, aparte de comprenderlos más y mejor). Gerald Durrell fue además de escritor, zoólogo, y ya desde sus diez años, que es a la edad que se remonta para contar esta historia, descubrimos su pasión por los animales. Quizá ese observar tan detenidamente desde la niñez el comportamiento animal, le convirtió más tarde en un excelente retratista. ¿Y a quién retrata aquí? Pues a toda su familia durante los cinco años que pasaron en Corfú. Nos encontramos con su madre (viuda), gran cocinera, siempre entre pucheros, recogiendo plantas, flores, cuidando de su prole; con su hermano (muy pesado, sí) Larry, de veintitrés años, pedante a más no poder en ese momento, y futuro novelista; con su hermano Leslie, de diecinueve, gran amante de la caza, disparando aquí y allá; su hermana Margo, de dieciocho, aficionada a coleccionar trapitos y colonias; y sobre todo nos encontramos a muchos, muchos bichos: galápagos, perros, salamanquesas, escorpiones, amantis, culebras, gaviotas, urracas, etc. Mezclados y conviviendo unos con otros. Y si estos “personajes” no fueran ya suficientes, a lo largo de esos cinco años y tres casas (una la dejaron porque venían muchos amigos de Larry de visita y necesitaban una más grande para acogerles; otra porque iba a venir un pariente no muy deseado, y para que no viniese, volvieron a trasladarse a una más pequeña) aparecerán también un buen número de excéntricos, pero claro está, van que ni pintados con esta familia. Vivir en Corfú era como vivir en medio de la más desaforada y disparatada ópera cómica.
            Cuando se publicó Mi familia y otros animales, la madre de los Durrell ya había muerto. A ella se lo dedica Gerald. Y Larry, en el prólogo del libro de su hermano, empieza diciendo que es la heroína de esta historia. Cuando terminas de leerla, sientes que un pedacito de esta familia y un pedacito MUY GRANDE de Corfú se te ha quedado dentro. Cuando terminas de leerla, también piensas que a lo mejor no hay grandes o pequeños temas, sino grandes o pequeños narradores. Y cuando hay amor, y profunda pasión por algo, es muy difícil no transmitirla. Gerald la transmite: por su familia, por sus bichos (increíble cómo narra las relaciones entre los animales), por Corfú.
            Cuando Viajera sin descanso me recomendó este libro, le dije que a ver si podía localizar una de las muchas cartas que Lawrence (el pesado Larry) le escribió a Henry Miller, y a lo mejor, leyéndola,  empezaría a mirarle con otros ojos; en concreto se trata de una carta que más tarde se convirtió en apéndice del libro El Coloso de Marusi: el delicioso libro de Henry Miller en el que narra su viaje a Grecia.
             En esta carta de Lawrence, que es otro canto a la vida, descubrimos lo que significó esta tierra para otro de los hermanos Durrell. Espero que os guste. La transcribo porque también es muy de verano: Kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.  
            A bordo – Arntena                                                                 
            10 de agosto de 1940
            Los campesinos están echados por todas partes comiendo sandía; el jugo corre por las cunetas. Una enorme multitud se dirige en peregrinación a la Virgen de Tinos. Y aquí estamos precariamente fuera del puerto, escudriñando la línea del horizonte en busca de submarinos italianos. Lo que en realidad quiero contarte es la historia de los gallos de Ática. Servirá de marco a tu retrato de Katsimbalis, que aún no he podido leer, pero que según dicen es maravilloso. He aquí la historia: Subimos todos a la Acrópolis la otra noche, muy borrachos y exaltados por el vino y la poesía; era una noche oscura y calurosa y el coñac nos hervía en las venas. Estábamos sentados en las gradas en la entrada del gran pórtico, pasándonos la botella: Katsimbalis recitaba y Georgakis lloriqueaba; de pronto a aquél le sobrevino una especie de ataque y tras ponerse de pie de un salto, comenzó a gritar: << ¿Queréis oír los gallos de Ática, condenados modernos?>>. Su voz tenía un timbre de histeria. No respondimos, ni tampoco él lo esperaba. Se acercó corriendo al borde del precipicio, como si fuese la reina de las hadas, todo vestido de negro; echó la cabeza hacia atrás, colgó el bastón de su brazo herido y emitió el toque de trompeta más espeluznante que haya escuchado jamás. Quiquiriquiii. Resonó por toda la ciudad, parecida a un tazón oscuro salpicado de luces como cerezas. Rebotó de un montículo a otro y se deslizó bajo los muros del Partenón, bajo la victoria alada, aquel horrible canto de gallo macho, peor que Emil Jannings. Quedamos mudos de perplejidad, y mientras nos mirábamos el uno al otro en la oscuridad, a lo lejos, con una claridad argentina en la noche, respondió un gallo soñoliento, y luego otro, y otro. K. enloqueció entonces. Adoptando la postura de un pájaro a punto de lanzarse al espacio, agitando los faldones de la chaqueta, lanzó un alarido terrorífico, y los ecos se multiplicaron. Gritó hasta que se le hincharon todas las venas, parecía un gallo apaleado y destrozado de perfil, aleteando en su propio estercolero. Seguía gritando histéricamente y su auditorio siguió creciendo en el valle, hasta que, como clarines, cantaron y cantaron respondiéndole desde toda Atenas. Finalmente, entre carcajadas y acceso de histeria, tuvimos que rogarle que se callara. La noche entera vibraba con el canto de los gallos, toda Atenas, toda Ática, toda Grecia, parecía, hasta imaginé que incluso tú te despertabas en tu escritorio de Nueva York para oír aquel repique sonoro y terrible; el canto del gallo de Katsimbalis en Ática.
            Fue épico. Un momento grandioso y puramente katsimbaliano.
            ¡Si hubieses podio oír aquellos gallos, el frenético salterio de los gallos de Ática! Soñé con ellos dos noches seguidas. Bueno, en este momento nos dirigimos a Mykonos, resignado ahora que hemos oído los gallos de Ática desde la Acrópolis. Me gustaría que lo escribieras, sería parte del mosaico.
            Saludos a todos.
            Larry.
Patricia L.

martes, 26 de junio de 2012

El curioso caso de Benjamin Button/El secreto de vivir.


El domingo, después de ver El secreto de vivir (1936) de Frank Capra, y quizá porque sus películas parecen un buen cuento, y además bien contado, me entraron ganas de leer uno. Busqué y al final me decidí por El curioso caso de Benjamin Button, de F. Scott Fitzgerald. Hoy he terminado su lectura, y teniendo tan reciente el visionado de la película he empezado a hacer asociaciones: tanto el protagonista de la película de Capra, Mr. Deeds, (interpretado por Gary Cooper) como el protagonista del cuento de Fitzgerald son dos personajes que van a contracorriente. Uno –qué cosas más raras se les ocurren a algunos –decide repartir la herencia que le ha caído en gracia –o en desgracia –entre los más necesitados; el otro porque su reloj biológico va al revés: nace siendo un anciano y según va transcurriendo el tiempo se irá haciendo cada vez más joven, hasta terminar su vida siendo un bebé. (Igual ya han visto la película que hizo David Fincher basándose en este cuento, pero merece la pena leerlo).

        Son dos hombres que no se ajustan a la norma, son diferentes, y como la diferencia siempre suele mirarse con desconfianza y recelo, no les quedará otra que hacer frente a los comentarios malintencionados, a la incomprensión, al verse señalados por miles de dedos, a las burlas, y a los titulares de los periódicos: Mr. Deeds será apodado “El ceniciento”, mientras que Benjamin Button será “El misterioso Hombre de Maryland”. A su alrededor circularán historias inciertas y exageradas, fruto de los rumores. Como dice el narrador que nos cuenta la historia de Benjamin Button: Pero la verdadera historia, como suele ser normal, apenas tuvo difusión.
Ayer (son más de las 00:00) una colaboradora del blog colectivo A leer que son 2 días, con su post hacía una defensa de la literatura juvenil. Yo doy a la flecha derecha del mando y copio las palabras que dice  Mr. Deeds en el juicio en el que tiene que defender su cordura: Es como si veo a un hombre en una barca cansado de remar y me pide que le lleve, pero hay otro ahogándose. ¿A quién espera que ayude? ¿Al sr. Cedar, que me pide que le lleve? ¿O a esos hombres que se están ahogando? Cualquier niño de diez años respondería correctamente. Mi plan es muy sencillo. Daré a cada familia 4 hectáreas, un caballo, una vaca y semillas. Si la trabajan durante tres años la granja será suya. Si estoy loco por eso,  que me  internen.”

          ¿No parece un fragmento sacado de un cuento de niños? Muchos adultos disfrutamos del cine de Capra. Leemos en dos días y  por primera vez un cuento titulado El curioso caso de Benjamin Button, que al igual que su versión en el cine, nos deja cierta melancolía, y pensamos que no nos hubiera importado leer ese libro con doce años; o ver esas películas con trece. Hay libros y películas que están más allá de la edad.

        También reivindico la literatura juvenil para Niños Grandes. Porque a veces olvidamos con demasiada facilidad lo que cualquier niño de diez años respondería correctamente.
Patricia L.

viernes, 22 de junio de 2012

El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys.


Jane Eyre, de Charlote Brontë (1816-1855) probablemente sea uno de los libros que más veces se ha llevado a la  pantalla. La última adaptación la pudimos ver en las salas a finales del año pasado: la joven Jane Eyre estaba interpretada por Mia Wasikowska y el señor Rochester por Michael Fassbender. Pero esta es otra historia, o en todo caso la continuación de la que hoy nos ocupa,  El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys (1890-1978).

        ¿Pero cómo que Jane Eyre es la continuación de una historia que se publicó ciento diecinueve años después? Muy sencillo: Jean Rhys leyó Jane Eyre en 1940, y fascinada por el libro, cogió a uno de los personajes de la novela, el gran secreto del señor Rochester, que estaba tan bien guardado y encerrado en una habitación, y decidió darle el protagonismo en un libro, El ancho mar de los Sargazos. Si recuerdan, el secreto encerrado no era otro que la mujer que vivía oculta en Thornfield Hall. La primera mujer del señor Rochester,  Bertha Antoinette Mason.
-       -  ¿Has visto un fantasma?
-       -   No he visto nada, pero me ha parecido sentir algo.
-     -   Eso es el fantasma.

        Bertha Antoinnette Mason, el fantasma, dejará de serlo, porque gracias a Jean Rhys tomará la palabra para contarnos quién es y de dónde viene. Se llama Antoinnette Cosway, y nos la encontramos en la tierra en la que ha crecido, en su mundo. Recorremos con ella su infancia en las Antillas, en los tiempos en  los que se pone fin a la esclavitud. Antoinette Cosway es una niña perteneciente a una familia esclavista, una niña criolla descendiente de ingleses. Tras la muerte de su padre, su madre se vuelve a casar en Ciudad Española con el señor Mason, un inglés que les ayudará a salir de la pobreza en la que han caído: En algunos sentidos todo era mejor antes de que él llegase, pese a que nos rescató de la miseria. <<Justo a tiempo.>> Los negros no nos odiaban tanto cuando éramos pobres. Éramos blancos, pero no habíamos huido, y no tardaríamos en morir porque no teníamos dinero. ¿Por qué iban a odiarnos?

        Y en una atmósfera, magistralmente recreada por Jean Rhys, vemos matas de guayaba, plantaciones de cafetales, montañas y ríos; olemos dulces y suaves perfumes, pero también vemos caballos envenenados, incendios, cuchillos, rumores, mentiras, y puertas que se cierran. En definitiva, casas en ruinas rodeadas de rosales. Y este es el mundo en el que crece Antoinette, un mundo por el que el señor Edward Rochester, cuando entre en él, quedará fascinado y horrorizado por igual. ¿Qué le pasó a la madre de Antoinette? ¿Por qué cuentan que se volvió loca? ¿Está muerta o no? Me pregunté cómo se descubre la verdad y ese pensamiento no me llevó a ninguna parte.  Un mundo del que querrá arrancar a Antoinette. Un mundo entre la locura y la lucidez, entre los sueños, la embriaguez y la luz de la luna.

La novela está dividida en tres partes. En la primera, la historia nos la cuenta Antoinette; en la segunda se alternan las voces de Antoinette y del señor Rochester; y en la tercera, la más corta con diferencia,  ya estamos en Inglaterra,  en la mansión del señor Rochester, en Thornfield Hall, y ahí de nuevo, en uno de los espacios de Jane Eyre, nos encontramos con el fantasma de la casa, Bertha Antoinette Mason (para nosotros Antoinette Cosway). Justamente en el momento antes de…. Y hasta aquí, como Mayra Gómez Kemp, puedo leer. 

Antoinette tuvo que esperar ciento diecinueve años y la pluma de Jean Rhys para dejar de ser un fantasma y contarnos su versión. Como podemos leer en uno de los diálogos de El ancho mar de los Sargazos:
-         - ¿Hay otra versión?
-         - Siempre hay otra versión.


     Seguro que les gustaría conocer  la versión de alguno de los personajes de sus libros favoritos. En mi caso no es otra versión, pero sí me gustaría saber cómo hubiese sido Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, en la edad adulta. ¿Cómo se hubiese desenvuelto? En fin, eso que aunque no se haya escrito, también nos gusta imaginar. Los personajes y sus historias no se quedan en el libro tras cerrar sus tapas. Como no se quedó Antoinnette Cosway en Jane Eyre.
Patricia L.