jueves, 29 de marzo de 2012

En busca de Antonio Ródenas García-Nieto

Antonio Ródenas con Juan Haro modelando su busto. Hacia 1983

Llevo unos días jugando a los detectives. J., me dijo que la historia podría dar lugar a una novela o, en su defecto, un caso para el teniente Colombo. Descarté lo de la novela, pero no la investigación. El caso es el siguiente: un día fui a la Manuel Andújar y me puse a mirar en la sección de Biografías. Vi el Diario de Anaís Nïn, las cartas de Van Gogh a su hermano Theo, la biografía de Maria Antonieta escrita por Stefan Zweig, una biografía de Dalí escrita por no sé quién, y unas cuantas más, y aunque todas eran apetecibles, me fijé en un libro que tenía más de la mitad de su tapa de color azul quedando el resto de color negro. (Entonces me vino a la cabeza un cuaderno azul, el cuaderno azul que se compraba el protagonista de la novela La noche del Oráculo, de Paul Auster. Después de leer ese libro me encapriché de un cuaderno azul. Del mismo modo, que después de ver Notting Hill, quería vivir en una casita con la puerta azul. Ahora tengo un cuaderno azul, pero la puerta de mi casa no lo es.) Y  después de este largo paréntesis, sigamos con el caso para el teniente Colombo.
            Cogí aquel libro, titulado DIARIO GRIS 1966-1981 de un tal Antonio Ródenas García-Nieto. Lo saqué sin saber qué me llevaba en el bolso, y sin tener ni idea de quién era ARG-N. Llegué a casa y empecé a leer. Y continué leyendo. Y lo leí en el pueblo de arriba. Y lo leí en el pueblo de abajo. Y disfrutaba mucho de las anotaciones que hacía este Antonio acerca de libros y autores, acerca de pintores, de sus dudas existenciales, de sus miedos, de sus proyectos, de su fracaso, de sus palabras, de su vida, de su pensamiento, de su Obra en proceso, de su ser cambiante y escurridizo, tan escurridizo, que a pesar de estar en contacto con el cuerpo y alma de este señor, yo seguía preguntándome, ¿pero quién es/era él? Obviamente, como todo buen detective de nuestro tiempo busqué en Google. Escribí el nombre y apellidos y ¡gran sorpresa!, sólo aparecía alguna página para poder comprar sus libros y páginas que mencionaban La Fundación Antonio Ródenas García-Nieto. Nada más. Ni un solo artículo. Nada, absolutamente nada. ¡Ni en la Wikipedia! Nada que me pudiese orientar, que me diese datos acerca de este hombre, de este escritor que yo leía con tanto interés. Me sentía como una exploradora que hubiese encontrado nuevas tierras.
Escribí a J. y a L. para preguntarles si sabían algo, si les sonaba el nombre. No. Pregunté en el trabajo. Tiene apellidos de Notario. Era como si este escritor no hubiese existido; como si se tratase de una invención de Jorge Luis Borges, la invención de un personaje, un escritor,  con su Diario, con su proyecto de Obra, pero al fin y al cabo, sólo un personaje. Una broma genial.
            Así que llamé a la Fundación. Una tarde me saltó el contestador. Y a la tarde siguiente, cuando lo volví a intentar, me atendió el Gerente: un señor muy amable que pareció no molestarse por mi curiosidad. Incluso me invitó a hacer más preguntas en futuros días. ARG-N murió en 1997, y hasta después de su muerte no quería que su obra se publicase. El 10 de abril de 1981 anota en el Diario gris: Mi vida y mi obra sólo pueden cobrar auténtico significado y valor específico tras mi muerte. La Fundación se ha encargado de ir publicando la obra de Ródenas García-Nieto, pero ¿cómo la ha dado a conocer? Pues enviando a las bibliotecas algunos de los libros. Me dijo que si tenían el Diario gris, tenían que tener también el resto de libros.
Bajé a la biblioteca, y pregunté. La bibliotecaria me dijo que le sonaba hasta la carta que les enviaron los de la Fundación el día que los recibieron. Y sí, me confirmó que los libros están  repartidos  entre la Manuel Andújar y la Pedro Antonio de Alarcón: DIARIO GRIS 1966-1969; Pintores y pintura; Escritores y escritura; y Diario de la novela. Esta última obra constituye La Obra, su gran obra,  a la que hace mención en el Diario, pero sin dar muchos detalles, más bien, casi ninguno. Anota el 27 de febrero de 1987: (…) ¿Y para esto vivimos? No, y mil veces no. Precisamente porque la vida lleva incrustada en su potencia la inexorabilidad de la muerte, algunos seres luchamos por salvar <<algo>> del naufragio, ya que ese algo nos resume, nos rescata y nos explica. Pero por encima de todo, porque ese <<algo>> nos contiene. Y en él nos vemos. Entiendo que esa obra, El Diario de la novela, guarda en sus hojas ese <<algo>> que Antonio Ródenas García-Nieto era, ese <<algo>> que está contenido en tres volúmenes, y que se trata de su autobiografía. Quiero empezar su lectura, quiero saber quién era Antonio Ródenas García-Nieto, y me hace ilusión dar voz en las próximas vacaciones de Semana Santa -en tierras de Cantabria- a este hombre que tanto deseaba permanecer.
 15 de febrero de 1980 : Más exactamente, ¿qué fe se me <<permite>> todavía? La única posible, la única viable es la fe en la tarea de reconstruirme, de organizar el despliegue de mi testimonio. Tanta introspección, tanto infortunio, tanto sufrimiento, tanta búsqueda, tanto extravío y tanta exaltación, tanta lucidez esclarecedora, tanta decepción como respuesta a los más frenéticos anhelos de dicha, embriaguez y delirio vital, no pueden quedar así, corroídos, en los trasfondos de la conciencia, de tal manera que pudieran darse por no vividos, como inexistentes. Rescatarlos, vertebrarlos de forma que su relieve se <<haga>> y me ofrezca unas certidumbres con todo aquello que me <<deshizo>>. A esto llamaba yo en otras épocas, realizarme. (…)
Algo tangible, algo palpable que nos susurre al oído la engañosa convicción de que al cesar de respirar, al menos, no moriremos del todo.
            Ya tengo el primer volumen de los tres. Y espero ir recogiendo más pistas… hasta ir dando forma, como hizo el escultor Juan Haro, al escritor Antonio Ródenas García-Nieto.  
P.L.

martes, 20 de marzo de 2012

Con Borges, de Alberto Manguel

Con Borges, Alberto Manguel
Alianza Editorial,2004
102 páginas
Esta mañana, mientras trabajaba, pensaba que un buen lugar para escribir este post sería una biblioteca. Lo pensaba y ya me estaba imaginando sentada en una de las sillas, con el netbook sobre la mesa  y manos a  la tarea, rodeada de otros lectores, o rodeándoles yo a ellos. Sí, después de trabajar iría a casa a comer, luego fregaría los platos, me echaría un rato la siesta, y saldría de nuevo para recorrer el camino que lleva hasta la biblioteca. Al final  he subido a casa, he comido, he recogido, he contestado unos correos electrónicos,  me he echado un rato la siesta, y he mirado el salón: las estanterías, los libros... la pequeña biblioteca que tengo aquí. Y he pensado, echando por tierra en menos de un segundo el pensamiento de la mañana: ¿por qué no? La aceptamos como minibiblioteca. Escribamos el post desde aquí.
Y aquí estoy, con el portátil un poquito más grande, con la fotografía del libro sobre Borges, y pensando si alguien ya lo habrá sacado de la biblioteca. No de la minibiblioteca, sino de la biblioteca Manuel Andújar, la que está en la calle Floridablanca. ¿Habrá un segundo lector del libro Con Borges? Dentro de unas horas, cuando caiga la noche, ¿algún lector, ese segundo lector, encenderá la lámpara de su habitación para leer el libro de Alberto Manguel? o ¿ quizá algún lector irá a leer a otra persona, ciega como Borges, este libro? Y ese hombre o mujer ciega le preguntará: Bueno,¿y si leemos a Borges esta noche?, y el lector responderá, no, a Borges no, le voy a leer a Manguel: su libro se titula Con Borges.
Y es que este libro, Con Borges, de Alberto Manguel, trata de los días en que Manguel, siendo un adolescente, pasaba tres o cuatro veces a la semana por casa de Borges para leerle. Borges le decía,  bueno, ¿y si leemos a Kipling esta noche? Pero Borges aquí no sólo preguntaba; preguntaba y respondía a la vez, porque esa noche, claro está, Manguel tenía que leerle al maestro algún libro de Kipling.
La tía de Manguel, gran admiradora de Borges, no entendía como su sobrino no le daba importancia a esa labor, la importancia que sí le daba ella. ¡Ir a casa de Borges, leerle libros! Pero para Manguel era algo normal: aquella tardes con Borges no eran (en la arrogancia de mi adolescencia) algo realmente extraordinario, sino algo en nada ajeno al mundo libresco que siempre había sentido como mío. Más bien eran las demás conversaciones las que me parecían extrañas o poco interesantes (...) Por el contrario, las conversaciones con Borges eran tal como, a mi juicio, tenían que ser siempre las conversaciones: acerca de libros y acerca del engranaje de los libros, acerca de los escritores que yo no había leído hasta entonces, y acerca de ideas que no se me habían ocurrido o que apenas había alcanzado a esbozar de una forma vaga, semiintuitiva, pero que, en la voz de Borges, resplandecían en toda su riqueza y en todo su esplendor, en cierta medida obvio. No tomaba apuntes porque en esos momentos me sentía colmado.
Le abría Fany la puerta, y luego aparecía Borges. Inmediatamente se ponían a la tarea. Por aquel entonces, Borges vivía con su madre Leonor, con Fany, la mucama, y el gato Beppo. Según Manguel, Beppo, el enorme gato blanco, y la madre de Borges, eran como dos figuras fantasmales.
Borges no tenía ningún problema en pedir a estudiantes, periodistas, escritores, o a quien se le presentase en ese momento, que fueran a su casa a leerle de vez en cuando. Su ceguera empezó a aumentar poco a poco  a partir de los treinta, y a mediados de sus cincuenta, LA NOCHE. Así nos dice Manguel que le gustaba hablar a  Borges de su ceguera, como prueba de la <<magnifica ironía>> de Dios, que le había dado <<los libros y la noche>>. Y es que pensar en Borges es como imaginar una biblioteca andante. Y por eso me imaginaba escribiendo el post allí, en la Manuel Andújar. En contraste con esto, sorprende que nos diga Manguel que la biblioteca de la casa de Borges, de ese gran lector que era Jorge Luis Borges, fuera más bien pequeña. Biblioteca, por cierto, que no tenía entre sus estanterías ningún ejemplar del escritor. ¿Y para qué? Dicen que se los sabía de memoria. Como se sabía de memoria Las flores del mal de Baudelaire. Como se sabía de memoria tantos párrafos de otros autores. Sí. Borges era una biblioteca andante.
Hoy, alguno de los correos que he intercambiando, lleva en su cuerpo la ciudad de Nueva York. N. ya estuvo allí, pero no le importaría volver. A mí me encantaría ir algún día, quizá pensando, como pensaba Borges, que hay ciudades que ellas mismas son personajes literarios: Troya, Cartago, Londres, Berlin. Y esto se lo decía a Manguel justo después de ver  West Side Story. Seguro que se puso a enumerar esas ciudades, Troya, Cartago, Londres, Berlín, y a decir que son  personajes literarios, porque acababa de ver a uno de los GRANDES: Nueva York

Cuando le acompañaban a Borges al cine tenían que describirle la película. Servirle, también frente a la pantalla, de ojos. Devolverle la vista perdida. Y todo se volvía más sencillo si Borges ya la había visto, entonces dice Manguel, que apenas había que hablarle. Como en el caso del musical West Side Story. No parecía aburrirse de él. Y no me extraña. Todos nos hemos sentido en algún momento grandes bailarines, recorriendo las calles de Nueva York con esos chicos, siendo gamberros, siendo amantes, en ese Romeo y Julieta tan genial.
Con Borges, se lee de un tirón, es un libro muy ameno. Descubrimos los gustos de Borges, anécdotas que pasaron en su casa y fuera de ella, algunas de sus obsesiones...y su confianza en la palabra escrita. Dice Manguel: Hay escritores que tratan de reflejar el mundo en un libro. Hay otros, más raros, para quienes el mundo es un libro, un libro que ellos intentan descifrar para sí mismos y para los demás. Borges fue uno de estos últimos. Creyó, a pesar de todo, que nuestro deber moral es el de ser felices, y creyó que la felicidad podía hallarse en los libros. <<No sé muy bien por qué pienso que un libro nos trae la posibilidad de la dicha –decía –. Pero me siento sinceramente agradecido por ese modesto milagro.>>
Estoy deseando ver a mi sobrino para decirle lo que Borges le dijo una vez al suyo: si te portas bien, te voy a dar permiso para que imagines un oso.

 P.L.

lunes, 12 de marzo de 2012

El aire de Chanel, de Paul Morand


El aire de Chanel, de Paul Morand
Fábula de Tusquets Editores. Octubre, 1999.
162 páginas

El aire de Chanel es una biografía un tanto curiosa. Está escrita en primera persona pero el autor no es Coco Chanel sino el poeta Paul Morand. Cuando ella tenía sesenta y tres años, y él cincuenta y ocho, coincidieron en  Saint-Moritz, y ella empezó a tirar del hilo, esta vez no para crear un traje, sino para contarle sus recuerdos, algunos retazos de su vida. Así, Paul Morand escuchaba, y tras el adiós, subía a su habitación a tomar anotaciones de todo lo que le había narrado su vieja amiga. Pasó el tiempo y un día se acordó de esas hojas, ya amarillentas. De ahí nace El aire de Chanel.
Coco es en muchos sentidos un personaje. Ese personaje que siendo una niña  sufrió muchas carencias afectivas y que, gracias o a pesar de ello, fue forjando con empeño su carácter, su aire, sus aires, hasta llegar a levantar, a base de trabajo y más trabajo un imperio: la casa de modas Chanel.
Nos cuenta, o le contó a Paul Morand, que su educación se basó sobre todo en la lectura de novelas: compraba sobre todo libros, para leerlos. Los libros han sido mis mejores amigos. Así como la radio es una caja de mentiras, cada libro es un tesoro. Hasta el libro más malo tiene siempre algo que decir, alguna verdad. Hasta las novelas más estúpidas son monumentos de experiencia humana. He estado con muchas personas muy inteligentes y de gran cultura; se han extrañado de mis conocimientos; aún se hubieran extrañado más si les hubiera dicho que había aprendido a vivir en las novelas. Si tuviera hijas, les daría, por toda instrucción, novelas. En ellas encontramos las grandes leyes no escritas que rigen al hombre. En mi región no se hablaba; se carecía de tradición oral. Desde las novelas por entregas, leídas en el granero a la luz de una vela robada a la criada, hasta las más grandes obras clásicas, todas las novelas son realidad disfrazada de sueño. De niña leía, por afición, indistintamente catálogos y novelas: las novelas no son otra cosa que grandes catálogos.
La pequeña Coco leía, y a la pequeña Coco también le gustaba refugiarse en un cementerio. Como los muertos no hablan y son buenos oyentes, ya que no interrumpen, ella encontró ahí su mejor escondrijo: le interesaba sobre todo escuchar su voz, sin prestar atención a nadie más. Supongo que en ese lugar se fue forjando la famosa lengua afilada de la modista, que hasta para hacer un regalo tenía que añadir un matiz: le envío estas seis estatuas de figuras venecianas. Ya no las aguanto más. Quizá se acostumbró demasiado a hablar con muertos.
En el libro nos encontramos opiniones acerca de la moda, a la que no considera en ningún momento arte. La moda no es un arte, es un oficio. Que el arte haga uso de la moda es más que suficiente para la gloria de la moda.
Este sábado vi un breve documental sobre el diseñador de moda Tom Ford. Al igual que Coco, tampoco considera la moda  arte. De hecho, uno de los motivos por los que quiso hacer la película Un hombre soltero, es porque quería dejar algo que permaneciese un poco más, y no se limitase a una estación.  Los dos, inmersos en ese mundo, consideran que la moda es reflejo de la sociedad del momento, la moda no está sólo en los vestidos; la moda está en el aire, la trae el viento, se presiente, se respira, está en el cielo y en el asfalto, está en todas partes, mantiene una estrecha relación con las ideas, las costumbres, los acontecimientos. Si por ejemplo no existe en este momento esa ropa interior, esos tea-gomns tan del gusto de las heroínas de Paul Borget y de Bataille, se debe sin duda a que vivimos en una en la que ya no hay interior. Tom Ford en la actualidad se plantea: ¿de qué es síntoma esa tendencia  en la que todo parece estar hinchado? ¿los labios, los pechos…? ¿por qué tanto botox?
Una anécdota que cuenta sobre Picasso, con quien tuvo una gran amistad: unos ladrones entraron en su casa y  le robaron ropa blanca, sin prestar ninguna atención a sus cuadros. Picasso, y Stravinsky, Diaghilev, Forain, Madame de Chevingné… también nos encontramos con momentos que vivió junto a ellos. Como con el único amor de su vida, Boy Capel, aquel guapo inglés (…) el único hombre al que he amado. Murió. Nunca lo he olvidado. Fue la gran suerte de mi vida; había hallado a una persona que no me desmoralizaba.
También sus opiniones acerca de las copias: En realidad, una invención se hace para que, una vez utilizada, se pierda en el anonimato. No sabía explotar todas mis ideas y me da una gran alegría verlas realizadas por otra persona, a veces con más acierto que yo. Por ello, durante muchos años ha existido una gran discrepancia entre mis colegas y yo, entre lo que para ellos es un gran drama y para mí no: la copia.
Más: ¿Qué pueden hacer los pequeños sino imitar a los grandes? Vuelvo a repetir que hacer una patente para un vestido, y ni siquiera para eso, para un dibujo o un freno de cañón de tiro rápido, es antimoderno, antipoético, antifrancés. El mundo ha vivido de las invenciones francesas y a su vez Francia ha vivido de la elaboración y de la puesta en práctica de las ideas inventadas por otros pueblos; la existencia no es sino movimiento e intercambio.
La verdad, no sé si seguiremos viendo dentro de unos años El aire de Chanel en las librerías, pero casi puedo afirmar que seguiremos viendo los frascos de Chanel Nº5 en las perfumerías, aunque luego se lo lleve el aire:

No sé por qué me he metido en este oficio y por qué se me ha considerado una revolucionaria. No fue para crear lo que me gustaba, sino, en primer lugar y ante todo, más bien para hacer pasar de moda lo que no me gustaba.

Patricia L.D.


domingo, 4 de marzo de 2012

El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza

Esta vez, el libro que nos han propuesto para comentar en el Club de Lectura es El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza. Un libro que ya leí hace años en el Instituto: era una de las lecturas obligatorias. De la lectura de aquellos días sólo recordaba que había un caso que debía ser resuelto y que consistía en algo relacionado con unas niñas desaparecidas, pero sobre todo recordaba las risas de mi amiga M.L. que  un día se acercó  para decirme ¿has leído la parte de la butifarra? Y no paraba de reírse. Es curioso cómo muchas veces recordamos más que el contenido del libro las circunstancias que envolvieron esa lectura. Así que en esta relectura, quería llegar  al momento butifarra. Quería volver a leer las páginas que tantas sonrisas sacaron a M.L. Llegué a pensar mientras releía que la memoria me estaba jugando una mala pasada, porque EL MOMENTO BUTIFARRA se hizo  esperar. Llega en el capítulo XVI, titulado  El corredor de las cien puertas. No me extraña que M.L. se divirtiese tanto con ese capítulo, es muy gracioso, pero todo el libro está repleto de humor. 
Siento debilidad por esos escritores que en un momento dado nos dicen que se lo pasaron pipa escribiendo un libro. No sé si guarda alguna  relación  el que ellos se divirtiesen tanto con que el lector también disfrute de lo lindo con la lectura… Pero en este libro coinciden las dos. Dice Eduardo Mendoza que quiso escribir lo primero que le pasara por la cabeza, por pura diversión. Nunca más he vuelto a escribir con tanta despreocupación ni con tanto placer ni con tanto aprovechamiento de las horas. Cuando garrapateaba la primera frase, no sabía cuál iba a ser la segunda. Yo mismo me sorprendía de las cosas que le iban ocurriendo (y más aún de las que se le iban ocurriendo) a un personaje del que nada sabía, salvo lo que él mismo contaba, pero con el que me sentía perfectamente identificado. Nunca le puse nombre. Dejé que él mismo inventara sus imposturas.   
La historia que creó su autor en siete días está emparentada con nuestra mejor tradición, y es que leyendo El misterio de la cripta embrujada es imposible no pensar en nuestro más querido hidalgo; inevitable no pensar en El Quijote. Leyendo las aventuras y desventuras del personaje sin nombre de Mendoza, tenemos en cuenta lo que nos dice Bryce Echenique sobre el humor cervantino, ese humor que está ligado a lo sonriente, lo tierno, lo irónico, en contraposición al humor quevedesco más sarcástico, cruel. No, la historia de Mendoza cae del lado del humor cervantino que nos permite descubrir una comunidad de los hombres en el dolor, esperanza liberadora y, a la vez, suprema alegría de vivir. Y es que el personaje de Mendoza, a pesar de todas sus miserias, no deja de ennoblecerlas con sus acciones y sus reflexiones. Ahí hay un corazoncillo. Que se mira, y que sabe mirar.
La semana pasada me regaló mi tío C. el Quijote que leía y releía mi abuelo. Un Quijote contenido en cuatro tomos pequeños. Cómo disfrutaba mi abuelo con el hidalgo.
Despido este post con algunas de las últimas líneas del libro de Mendoza:

(...) y que no acaba el mundo porque una cosa no salga del todo bien, y que ya habría otras oportunidades de demostrar mi cordura y que, si no las había, yo sabría buscarlas.
P.L.
Nota: V. me recomendó de Mendoza, Sin noticas de Gurb. Y L. me ha dicho que si me ha gustado El misterio de la cripta embrujada también me gustará El laberinto de las aceitunas.

sábado, 3 de marzo de 2012

Grooming, de Paco Bezerra

Esto es un parque (aunque en la imagen no se ven todos sus elementos): una farola, un contenedor de basura, una papelera, un banco y un columpio. Sentados, un hombre y una chica. Esto es un parque, o el sencillo escenario y los dos personajes  de la obra Grooming (o ciberacoso sexual a menores) que fuimos a ver ayer al Teatro de La Abadía. Esto es un parque, así lo ponía en el lateral izquierdo, escrito a tiza,  pero según transcurría la historia nos dimos cuenta de que nada es lo que parece. Y por eso la chica, luego añadiría la partícula negativa: Esto no es un parque. Y en aquel no-parque, no hay pajaritos cantando, ni árboles en flor rodeados por niños y niñas bien vigilados por sus papás, ni un muñeco pocoyó dicendo "nuuube". Viendo Grooming una no llega a encontrar la postura adecuada para quedarse sentadita-bien-quieta en la butaca, mientras nos acercamos al texto escrito por el joven Paco Bezerra (Almería, 1978) y trasladado al Abadía por José Luis Gómez. Mantiene la tensión entre los dos personajes, y no da pocas vueltas de tuerca.
El personaje interpretado por Nausicaa Bonnín dice que suele escuchar y luego hablar, y una vez dicho ésto, recibe por respuesta la carcajada del hombre que la ha chantajeado horas antes para conseguir un encuentro con ella, en ese no-parque con una farola torcida. Escuchar y luego hablar. Carcajada. Carcajada por considerar que escuchar y luego hablar es lo que hacemos todos, sin embargo, ese que suelta la risotada, ese hombre que ha estado tan dispuesto para hacer uso de su poder y también para hablar,  cuando los papeles se tornan,  ya no está tan preparado para hacer lo mismo. En lugar de escuchar y luego hablar, él se precipita a juzgar a la que había sido, hasta entonces, su víctima. Ahora su patología le parece medianamente normal, y el de ella descomunal.
Como en las películas Shame y Drive (por citar dos recientes) nos encontramos con personajes de los que no sabemos nada de su pasado, sólo sabemos lo que ocurre en su presente, teniendo el espectador que rellenar huecos a través de todo lo que no se dice, y que gracias a una buena dosificación entre lo silenciado y lo dicho, se nos permite intuir parte de su biografía y acercarnos más a ellos. Pero a diferencia de esos dos personajes, del Brandon de Shame y del Drive de Drive, al hombre y a la adolescente de Grooming les falta lo que a los otros les hacía cercanos al espectador, lo que les hacía más humanos. A todos nos gustó el resultado pero también nos dio la sensación de que le faltaba algo, o que podría haber sido algo más redondo. Creo, ahora, que ese "algo" está en la necesidad de darles algo de calor y que no  resulten tan fríos. Pero salimos con ganas de charlar acerca de la obra, porque  invita a ello. También con ganas de repetir salida al teatro. 
No haría justicia a este viernes si no mencionase La Taberna de Moncloa (calle Andrés Mellado,45). Nos metimos ahí sin conocerla y nos gustó mucho: su tabla de tostas de ahumados muy rica; no ponen partidos de fútbol (ni uno), y los camareros atentos y simpáticos. Queda anotada La Taberna de Moncloa.
Hasta el 11 de marzo se puede ir a ver Grooming

P.L.