lunes, 30 de abril de 2012

Take Shelter (2011), de Jeff Nichols

Antes de entrar en el cine ya empezaban a caer unas gotas. Desde que he salido de casa hasta que he llegado a la sala, he visto primero un cielo azul, luego gris y más tarde negro. Durante las dos horas que dura la película, y por tanto, durante las dos horas que una permanece resguardada del tiempo, no sé qué ha pasado en el cielo de Madrid, pero en Ohio, lugar donde transcurre esta historia, lo he visto azul, gris, otra vez azul, de nuevo gris, y más tarde negro. Y también he visto la mente del protagonista interpretado por MICHAEL SHANNON (no puedo escribirlo con minúsculas) pasando por esos  azules, grises y negros.

Esta tarde por la Sierra había cigüeñas, unas volando, otras en sus nidos, mientras que en Ohio había pájaros, muchos y negros. Unos volaban, otros caían muertos. Cómo no pensar en Los pájaros de Hitchcock. Pero los pájaros en Take Shelter no atacan, aunque sí se convierten en el presagio de algo, algo que está a punto de ocurrir y que sólo el protagonista conoce. O cree conocer. Interpretando sus sueños. Sus pesadillas. Sus alucinaciones. La naturaleza. Los rayos, los relámpagos, la lluvia turbia, aceitosa. ¿Pero es un vidente o un enfermo? Porque como le dice a su mujer, interpretada por JESSICA CHASTAIN (tampoco puedo escribirlo con minúsculas) ya sabes de donde vengo (antecedentes enfermos de esquizofrenia).

Y he estado en Ohio, pasando de ese azul luminoso a un negro apocalíptico. Viendo a un hombre que ve lo que otros no ven, que presiente que todo se tambalea, que se acerca algo que pone en peligro a todos y a todo: su salud mental, su familia, sus amistades, su trabajo. Cuando todo lo que estaba controlado empieza a descontrolarse, cuando ese hombre que según su amigo hace las cosas bien, y tiene una buena vida, siente, presiente, que todo empieza a ir mal.

Qué raro que una película como Take Shelter haya tenido tan poca publicidad (si es que ha tenido alguna, que lo desconozco). Qué interpretaciones las de MICHAEL SHANNON y JESSICA CHASTAIN. Padres en la peli de una niña sorda. Curiosamente, se cuentan, se confiesan, que ella, la madre, sigue hablándole a la niña en susurros, y él, su padre,  sigue quitándose los zapatos para no hacer ruido cuando llega un poco tarde a casa. Pero algo empieza a fallar, así que mejor utilizar una pala. Y cavar, cavar... Resguardarse.
P.L.

lunes, 23 de abril de 2012

Las malas hierbas (2009), de Alan Resnais.

Ayer vi Las malas hierbas, de Alain Resnais. Antes de saber que iba a verla, pensé que la tarde apuntaba bien: buena temperatura, sol, gente paseando por todas partes, y una especie de Samuel L. Jackson en sus tiempos de Pulp Fiction. Pero más joven, tumbado en el césped, y vestido todo de rojo: camiseta y vaqueros. Me gustó ver a un joven Samuel L. Jackson, y me gustó ver ese contraste del rojo con el verde del jardín. Más tarde vi en el autobús a un pequeño Billy Elliot. Y me acordé de John Travolta, cuando en Pulp Fiction –otra vez Pulp Fiction –acompaña a Uma Thurman a ese restaurante donde los batidos cuestan 5 dólares, y en el que los camareros hacen de James Dean, Marylin Monroe, etc. Ayer todo se convertía en un parque temático de estrellas.

No tenía muy claro en qué sala meterme, así que me dejé llevar de modo maquinal, o quién sabe, igual haciendo una asociación con la hierba del título y el césped que acababa de ver, y pedí entrada para ver esa película, Las malas hierbas, basada en la novela de Christian Gailly, El incidente. Una película que me hubiese gustado que viese L.  ya que tanto le atrae el tema del azar. Aquí el azar está presente en forma de robo. A una mujer le roban el bolso, y el hombre que se encuentra la cartera decide, sin que sepamos el motivo de su encaprichamiento, ponerse en contacto con ella. No le basta con que el policía devuelva la documentación a la señora. A partir de ahí –de ese “incidente” que es el título de la novela, pero del que Resnais prescinde en el título de su película –surge toda la historia.

Las malas hierbas. Las malas hierbas son aquéllas que interfieren en el buen desarrollo de los cultivos. Las que aparecen ahí, sin ningún sentido, y lo vuelven todo patas arriba. Así son los personajes principales de esta película. Para que se hagan una idea: al final una niña que no ha aparecido en todo el film, sale en escena y le pregunta a su madre: Mamá, cuando sea gato ¿podré comer croquetas? Y es que el equivalente a una mala hierba son estos seres irracionales, que te los encuentras viviendo con una lógica muy particular, una lógica, si se puede decir, carente de toda lógica, y  que trastoca a los demás cuando se presentan en su vida. Todos nos hemos encontrado alguna vez con  una o dos malas hierbas, y en ocasiones nos dejamos llevar por esa irresistible vitalidad que desprenden, y otras preferimos no cruzarnos demasiadas veces en su camino. ¡Que no crezcan a nuestro alrededor! ¡Quién sabe qué consecuencias podrían acarrear! ¡Sálvese quien pueda!

¿Pero qué pasa cuando dos malas hierbas son las que se encuentran por un acontecimiento azaroso como es el robo de un bolso? Para contestar a esa pregunta tendrán que ir al cine. Sólo digo que puede que todo acabe bien, o puede que todo acabe mal. O puede que les dejen elegir el final, así, al gusto de cada uno.

En un momento de la película, y sin saber todavía por dónde iba a ir esta historia, me dije, uy, esto sí que no me lo esperaba… Y es que la historia consigue hacerte sentir precisamente eso que se siente cuando te encuentras con ellas, con las malas hierbas: todo se vuelve caótico, confuso, sin pies ni cabeza, imprevisible. Las malas hierbas se dejan guiar por lo primero que se les ocurre. Aunque después de ver el programa de ayer de Punset, me pregunto, ¿no somos todos un poco o un mucho, malas hierbas? Al parecer, antes de tomar una decisión conscientemente, nuestro inconsciente ya se ha anticipado, y por tanto, aunque creamos que elegimos lo que queremos de un modo voluntario, la realidad es que él, el inconsciente, ha tomado la delantera. 

Y en este programa de Redes, que ya me había avisado también L. días antes de que podría estar bien, hablaron de la plasticidad cerebral. Esta plasticidad cerebral echa por tierra lo que se venía creyendo hasta ahora, esto es, que según vamos haciéndonos mayores las neuronas dejan de crecer, que van deteriorándose. Según los nuevos estudios, cada vez que aprendemos una palabra nueva, o un nuevo rostro, algo cambia en nuestro cerebro. Y para que no dejen de crecer nuestras neuronas, y para que nuestro cerebro no deje de cambiar, de moldearse porque tiene plasticidad, hay que seguir aprendiendo, ya que aprendiendo cosas nuevas se consigue que la fuerza de las conexiones entre las células cambie. Dicen que nuestro cerebro está preparado para aprender durante toda la vida, y esto depende de nosotros, y no tanto de la genética.

Y este paréntesis punsetiano viene a cuento de la película  Las malas hierbas, porque su director, Alan Resnais, debe tener un cerebro de blandiblú, de una plasticidad prodigiosa. Resulta una maravilla ver una película tan moderna y tan  joven, hecha por un hombre de 90 años.

Mamá, ¿cuando sea gato podré comer croquetas? ¡Tengan cuidado, una nueva mala hierba acaba de nacer!

P.L.

domingo, 15 de abril de 2012

Imitación de la vida. Imitación del arte.


Natalie Portman y Winona Ryder en una escena de
Cisne Negro (2010)
Era el año 2010 cuando en Cisne Negro, el director Darren Aronofsky nos devolvía  a Winona Ryder, que con 39 años parecía haber desaparecido del mundo del celuloide, o estaba entretenida con papelitos que no llamaban la atención. En Cisne Negro, Aronofsky le dio un papel secundario, que más o menos reflejaba la situación de Winona: el papel de una bailarina que tenía que salir de escena, viéndose relegada de la función, reemplazada por el personaje interpretado por Natalie Portman, una chica más joven que ella. Al otro lado de la pantalla, la vida reflejaba al arte, y Portman  se llevó  a sus 29 años el Óscar. Sí, estaba la  vida imitando al arte: la actriz diez años menor, dentro de la pantalla y fuera de ella, se llevaba el premio gordo. Mientras ella llegaba muy alto, otras se iban quedando atrás.
Habría que preguntarle al director si la escena en la que se le acusaba al personaje de Winona de un robo, la escribió pensando en la cleptomanía de la actriz, o fue pura casualidad. No obstante: aquí el arte imitaba a la vida.

Bette Davis y Gary Merrill en una escena
de Eva al desnudo (1950)

Sesenta años antes de Cisne Negro, en 1950, Joseph L. Mankiewicz ofrecía a Bette Davis, que pasaba un mal momento profesional (41 años), uno de los mejores papeles de su vida en la película Eva al desnudo: el papel de Margo Channing: una actriz madura, una extravagante pero insegura estrella del teatro, que sufre crisis de ansiedad al presentir que todos los halagos que había recibido y seguía recibiendo, podrían pasar a la historia cuando otra, más joven, viniera a sustituirla, a interpretar papeles de estrella romántica, papeles para los que ya no la contratarían a ella (resumiendo: Bette Davis interpretaría a Bette Davis).
Margo Channing también siente  ansiedad por la relación con Bill Sampson (interpretado por el actor Gary Merrill), diez años menor que ella en la película, e imaginando, que en un descuido, caería embobado por la juventud de Eva, su rival. Pero sabemos que Bill Sampson quiere a Margo Channing, no a Eva, y finalmente Margo le cree, confía en sus sentimientos, y decide casarse con él. Si salimos del cine, y buscamos en los archivos, o sencillamente, ponemos el CD con los contenidos extras, descubriremos que también se casaron en la vida real. De nuevo, aquí, nos encontramos con la vida imitando al arte. Aunque en la realidad no se llevaban diez años, sino siete. Decidían casarse sus personajes. Decidieron casarse ellos al finalizar la película. (Cuentan que Bette Davis, cuando vio a Gary Merrill, quedó prendada: le encantó ese hombre peludo -¡menuda era la Davis!- y me viene a la memoria otro de los grandes papeles que hizo: La loba. Pues finalmente la loba encontró a su lobito).
Pero sigamos con Eva al desnudo. En la película los personajes de Margo Channing y Eva compiten por llevarse el papel principal, y ese mismo año, Bette Davis y Anne Baxter compitieron por la codiciada estatuilla, pero no se lo llevó ninguna. El enfrentamiento de sus personajes en el film tuvo su correspondiente enfrentamiento en la realidad.
En una biblioteca infinita a lo Jorge Luis Borges, debe hallarse un libro que contiene nuestra vida o fragmentos de ella. Como en una pinacoteca infinita, se encuentra un cuadro que nos contiene, que nos refleja, y que si el azar nos lo quiere poner delante, nos descubriremos sorprendidos, encontrándonos en él, y estaremos mirándolo, o leyendo la obra, asombrados por los paralelismos entre nuestra vida y esa obra. Interpretamos papeles que ya han sido escritos con anterioridad. Otras veces, parecen que se han inspirado en nosotros para crearlos.
Aunque se puede dar el caso que nos marchemos sin haber leído nuestro libro, o sin haber visto nuestro cuadro, escuchado nuestra melodía o sin ver las películas que nos correspondían, y por eso, ante la duda, es mejor vivir conforme a lo que nos gustaría encontrar en esas páginas, ese lienzo, esa partitura o en esa enorme pantalla de cine.
Como decía Nietzsche, hacer de nuestra vida una obra de arte.
P.L.

sábado, 14 de abril de 2012

Chagall, Notting Hill y muchos violines


En la película Notting Hill, hay una escena en la que Anna Scott (Julia Roberts) al ver que William Thacker (Hugh Grant)  tiene en la cocina  una reproducción de un cuadro de Chagall, le dice (y transcribo el diálogo entero):
-         No puedo creer que tengas esa obra.
-         ¿Te gusta Chagall?- le pregunta William.
-         Sí. Así debería ser el amor: flotando en un cielo azul oscuro –afirma Anna.
-         ¿Con una cabra tocando el violín?
-         Pues sí... la felicidad no es completa sin una cabra tocando el violín.

Sí, la felicidad no es completa sin una cabra tocando el violín,  y sintiendo que una está en el cielo azul oscuro, sin vecinos ruidosos (de nuevo la casa de al lado vacía), con una taza de té, escribiendo un post tranquilamente, con el libro de Los enamoramientos de Javier Marías por aquí cerquita, tan cerquita que sólo tengo que estirar un brazo para tocarlo con la mano, y con el recuerdo de Ryan Gosling en Los idus de Marzo. Y estoy aquí como soñando con esta felicidad. Con imágenes por toda la casa de Chagall: con el Sueño de una noche de verano, con La novia de las dos caras, con El violinista y El violonchelista, viendo como se funden el artista y su violonchelo, imaginando, ya puestos,  a Chagall mezclándose con sus colores, con el rojo, el azul, amarillo y verde, con figuras volando, con ramos de flores, músicos, muchos músicos, hasta que empiezan a sonar, esta vez sin ser sólo un sueño, y si lo es, qué mas nos da, los violines, porque tiene razón Anna Scott, la felicidad no es completa sin una cabra tocando el violín.


La retrospetiva de Chagall
puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza
 hasta el 20 de mayo
 P.L.


jueves, 12 de abril de 2012

Curso de filosofía en seis horas y cuarto, de Witold Gombrowicz

Curso de filosofía en seis horas y cuarto
Witold Gombrowicz
Fábula Tusquets Editores, 2009
152 páginas
Cuenta Cristina Fernández Cubas en su prólogo al Curso de filosofía en seis horas y cuarto de Witold Gombrowicz que este libro responde a  la ocurrencia que le sobrevino a un amigo del escritor polaco cuando éste sólo sentía dolor (tenía 64 años, padecía asma y había sufrido un infarto de miocardio). Una simple ocurrencia que sin embargo le sirvió a Gombrowicz para interesarse por ella y darle una oportunidad (a la ocurrencia y a él, que ya había pedido una pistola y también veneno).
La idea era la siguiente: Gombrowicz sería el profesor, y su mujer y el amigo ocurrente, los alumnos que asistirían a escuchar sus lecciones de filosofía. Cito literalmente a Fernández Cubas: los filósofos, a los que a menudo acusa W.G. de un exceso de abstracción y desinterés hacia los problemas de la vida, serán, pues, sus fieles compañeros en el momento en que, paradójicamente, es la vida quien ha decidido desentenderse de Gombrowicz.  
            Según  Fernández Cubas, Gombrowicz no renuncia al humor y la ironía en estas clases, y es un buen compendio de lo que fue una de sus pasiones en la vida. Entiendo, que desde mañana, cuando empiece este libro, me voy a encontrar no con un manual  de filosofía, sino con la filosofía digerida por los intestinos, por el esófago, el estómago y la faringe de Gombrowicz. Recuerdo  la sorpresa que me causó la lectura de  El tiempo de los asesinos, de Henry Miller, pensando que iba a ser un ensayo sobre Rimbaud, y luego me di cuenta de que lo que tenía entre manos era un Rimbaud henrymillerizado, o un Henry Miller rimbaudianizado. Y al fin y al cabo, eso es lo que nos interesa. Ver qué hicieron con aquellas lecturas, cómo se las apropiaron, qué les atraía de ellas, cómo influyeron en su obra, en su vida, y cómo llega un momento en el que es imposible discernir a los unos y a los otros, cómo se borran los límites, confundiéndose todos y todo. Ojalá nunca seamos maduros. Ojalá nunca dejemos las aulas. Qué bueno tener en esta ocasión al polaco como profesor.
            P.L.