jueves, 23 de mayo de 2013

Las damas de Hitchcock, de Donald Spoto.

Editorial Lumen.
Tapa dura. 384 páginas.
22,90 euros.


Leyendo Las damas de Hitchcock me he sentido un poco James Stewart (L.B.Jeffries) en “La ventana indiscreta”: cogiendo la cámara o los prismáticos –dependiendo del momento –para observar bien la relación que mantuvo el genio con las mujeres que trabajaron con él y así no perder detalle.

Antes de este libro Donald Spoto  ya había dedicado otros dos a la vida y obra del maestro del suspense: El arte de Alfred Hitchcock y Alfred Hitchcock: la cara oculta del genio. Es conocido por las numerosas biografías que ha escrito, entre las que se incluyen las de Marlen Dietrich, Audrey Hepburn, Laurence Olivier, Marilyn Monroe o Ingrid Bergman.

            Dividido en quince capítulos el libro abarca desde los años en los que trabajaba Hitchcock para la productora británica Famous Players-Lasky –que pertenecía a  la Paramount Pictures –hasta su muerte. O dicho de otra manera: desde Virginia Valli que fue la primera dama de Hitchcock en El jardín de la alegría hasta Tippi Hedren en Marnie, la ladrona.

            En casi todos los capítulos Donald Spoto sigue la misma estructura: primero  introduce a las diversas actrices, hablándonos un poco de sus vidas antes de conocer a Hitchcock; luego pasa a contar la relación que mantuvieron con él en los rodajes, y finalmente qué fue de ellas después de dejar el plató. A Donald Spoto le interesa sobre todo esclarecer el motivo por el cual Hitchcock mantuvo una actitud de amor-odio con la mayoría: Admirador de Madeleine Carroll durante un momento y cruelmente despectivo al siguiente, Hitchcock la mantuvo en guardia durante todo el rodaje. Aquella fue la primera muestra de un rasgo que marcaría en el futuro sus relaciones con la mayoría de sus actrices protagonistas: atracción y repulsión simultáneas, una mirada casi idólatra desde detrás de la cámara y el correspondiente deseo de humillarlas y rebajarlas. Tan contradictoria actitud dejó huella en el ambiente psicológico de sus películas más maduras, y en la vida real fue la conducta esquizoide responsable de que infligiera un daño considerable a sus actrices durante el tiempo que trabajó con ellas. (p.85)

            No sé hasta qué punto se puede considerar “un daño considerable” para una actriz que el director le exija –echando por tierra los deseos de ella –ponerse un traje de chaqueta gris (Kim Novak en Vértigo) o que tenga que repetir muchas veces una escena (la famosa escena de Janet Leigh en la ducha para Psicosis). Tampoco que Hitchcock no tuviese ningún reparo en contar cientos de chistes verdes delante de ellas, así como apenas dirigirles (ni a ellas ni a los actores) ni ofrecerles más apuntes sobre los personajes que tenían que interpretar. ¿Esto es tan horrible? En algunos momentos he tenido la sensación que a muchas les faltaba tomarse menos en serio las excentricidades de Hitchcock. Por eso me han gustado especialmente unas páginas en las que aparece en escena ¡tachán-tachán! la actriz Tallulah Bankhead (Naúfragos) que además de compartir con Hitchcock en el plató el gusto por las historias subidas de tono, su voz de barítono, su tosca sensualidad y rápido sentido del humor hacían de ella un personaje único, tanto en su profesión como en su vida social. Tallulah no se achicó con Hitchcock y por eso seguramente él no le causó ningún temor ni le abrumó con sus bromas.
            
<<Nunca la han confundido con un hombre por teléfono?>>, le preguntó el columnista Earl Wilson en una ocasión, a lo que ella replicó sin vacilar: <<No, ¿y a usted?>>. Según ella misma y sus biógrafos, sus amantes, hombres y mujeres, eran legión. Un día, en Nueva York, vio a un antiguo novio con quien no se había cruzado en ocho años, se le acercó corriendo y le gritó: <<¡Creía haberte dicho que esperaras en el coche!>> (p.158)

Resulta interesante volver a ver Vértigo siguiendo la lectura que hace de ella Donald Spoto. Alfred Hitchcock tenía fijación por las mujeres rubias y trataba de transformar a sus actrices en su ideal de mujer.  Supervisaba todo lo que tuviera que ver con su presentación en la pantalla, desde los peinados hasta el guardarropa, desde el maquillaje hasta los zapatos, desde los ángulos de cámara hasta el montaje final. (p.267) Esa obsesión por convertir a una mujer en las fantasías que uno tiene la vemos en Scottie Fergusson (James Stewart) con el personaje interpretado por Kim Novak (Madeleine/Judy):


<<Él te transformó, ¿verdad?>>, grita Stewart a Novak al final de la película, refiriéndose al hombre que <<creó>> a Madeleine partiendo de Judy. <<Te dio forma del mismo modo que yo te di forma a ti, solo que mejor. No solo fue el pelo y la forma de vestir, sino los gestos y la manera de hablar. Y luego, ¿qué hizo? ¿Te adiestró? ¿Te hizo ensayar? ¿Te dijo exactamente lo que debías hacer y decir? Fuiste una alumna aventajada, ¿verdad? ¡Sí que lo fuiste!>> (p.268)

            Y al final Donald Spoto nos reserva la que sí parece una relación un tanto enfermiza del genio con Tippi Hedren, que llegó a contratar a un espía para que le diera cuenta de todos los movimientos de la actriz cuando no estaba junto a él. Una relación que según François Truffaut mermó a Hitchcock: Estoy convencido –escribió François Truffaut –de que Hitchcock no volvió a ser el mismo después de Marnie la ladrona y de que el fracaso de la película mermó de manera importante su confianza en sí mismo. Eso no tuvo tanto que ver con su tropiezo en la taquilla (ya había sufrido otros) como con el descalabro de su relación personal y profesional con Tippi Hedren. (p.325) Marnie, la ladrona reflejaría parte de esa relación si vemos a Sean Connery (Mark Rutland) como Hitchcock y a Tippi Hedren (Marnie) como la propia Tippi. 

Marnie: “Lo único que quiero es que me dejes sola (…) Si quieres ayudarme sólo tienes un modo de hacerlo, y es dejándome en paz. ¿Aún no lo comprendes? Creo que está claro. No puedo soportar que me toques”.
Mark: ¿Y si intentásemos descansar? Mañana seguiremos discutiendo.
Marnie: “No hay nada más que discutir. Ahora ya sabes qué siento, y continuaré sintiendo lo mismo mañana y al día siguiente, y al otro y al otro…”
(…)
Marnie: “Para usted yo soy un animal más de los que acostumbra a capturar”.

            Jessie Matthews, Nova Pilbeam, Silvia Sidney, Teresa Wright, Joan Fontaine, Margaret Lockwood, Grace Kelly, Ingrid Bergman, Eva Marie Saint, Kim Novak…Todas cayeron presas en las garras de Hitchcock. Tuvieron que aguantar a un genio, que no por serlo estaba exento de debilidades y muchos muchos complejos. Lo tuvieron que padecer pero también formaron parte de películas maravillosas. Tenemos que agradecer que Hitchcock transformase  -no sólo a las actrices en su ideal- todas sus obsesiones en arte. También nos habla Spoto de la esposa de Hitchcock, Alma Reville y de la hija de los dos, Patricia Hitchcock. Pero por hoy basta de ejercer de papá Freud (como ejercían Ingrid Bergman en Recuerda, o Sean Connery en Marnie, la ladrona)  y  ya está bien de mirar y analizar. Dejemos la cámara y los prismáticos en el desván.

 Patricia L.D.

jueves, 16 de mayo de 2013

Banda Aparte (1964), de Jean-Luc Godard.

Aquí están los tres: Odile, Franz y Arthur.
Dos ladrones de poca monta junto a esa joven que, en medio de la clase de inglés y sin prestar atención a la profesora, saca el espejo de bolsillo para preguntarse en francés, si quitarse las gomas del pelo o no.  He ahí el mayor dilema en los años de juventud: Coletas o no coletas. Y a la mierda Shakespeare. Y a la mierda Thomas Hardy.

Al final Odile se suelta el pelo. Y entonces Odile sonríe. Odile fuma. Odile besa. Odile odia. Odile baila. Odile se vuelve poeta en el centro de la tierra. En esos días sacados de una historia de Kafka y un artículo de Larra lo mejor que se puede hacer es dar al Play y ver esta película. Como Odile también quiero fumar, bailar, sonreír, besar. Atravesar el Louvre con ellos, con el abrigo, las bailarinas y la falda escocesa, corriendo, corriendo, corriendo y en nueve minutos y cuarenta y tres segundos batir el récord de Jimmy Johnson de San Francisco. Correr, correr, ¡dos segundos menos que la marca de él!  Lo que importa no es contemplar los cuadros, sino pasarlos de largo. Atravesar el Louvre. Sin mirar atrás.Sin la mole del pasado. Llegar hasta el final.


Y mientras que los demás siguen observando los Giotto, los Rubens y los Rembrand  nosotros nos largamos en el descapotable, tragándonos las aceras, dejando que las gotas de lluvia choquen contra el cristal, contra nuestros cuerpos, poniéndonos el sombrero, quitándonoslo y volviéndonoslo a poner. Arthur&Franz con Odile en medio: leyendo, derrapando.
Cuando piensas que ya no queda rastro de silencio (músicos locos, lavadoras, secadoras, móviles, televisiones y radios) te pones “Banda Aparte” y descubres que todavía es posible el milagro de un minuto de silencio. Shh. Ningún sonido. Ya que no tenemos nada que decir guardemos un minuto de silencio, dice Franz. Vale, dice Odile, uno, dos, tres… Y entonces callan, y todo se queda en silencio. Ni las voces de los camareros, ni los vasos chocando contra las copas, ni las bolas de billar. Nada se oye en este bar en el que están los 3 perdiendo el tiempo. Dios, un minuto de silencio, dedicarse a perder el tiempo, silencio, silencio, silencio, no pensar en nada. Qué gusto.Y nos gusta tanto que rebobinamos la secuencia para recuperar ese minuto  que nos regala Jean-Luc Godard. Aquí están los tres metidos en esa burbuja silenciosa:


Aunque un minuto de silencio puede durar mucho. Un verdadero minuto dura una eternidad. Godard lo sabe, y por eso, ese minuto contenido en la película equivale a 36 segundos de nuestro  reloj de pulsera y  el de pared. Tenemos que reconocerlo, el silencio total da miedo. Mejor acompañado del ruido de las teclas del ordenador. Y de los pasos de un baile. De baile y teclado, los dos bien mezclados. Mientras ellos bailan yo tecleo entre paréntesis los sentimientos de cada uno de los tres:  

(Arthur se mira los pies pero piensa en la boca de Odile, en sus besos románticos. Odile se pregunta si se han fijado en que sus pechos se mueven debajo del suéter. Franz piensa en todo y nada. No sabe si el mundo se convierte en sueño o el sueño en mundo.)


“Banda aparte” va sobrada de frescura. De humor, de amor al cine, de tigres de Bengala, de bicicletas y juventud,  de cine negro, de presente, de levedad mezclada con pistolas, de silencio, de drama, de algún "te quiero" y de rombos en un jersey. Instantes que, una vez terminado el film, sabes que no regresarán jamás. ¿O quizá sí? Qué sé yo. Paso, pasito, paso.

Fin


Patricia L.D.



viernes, 3 de mayo de 2013

La libertad según Hannah Arendt, de Maite Larrauri.

La libertad según Hannah Arendt
Autora: Maite Larrauri
Ilustrador: Max
Páginas: 103
14,50 euros

Hace poco descubrí en la Biblioteca Pública de El Escorial la colección de Tándem Ediciones, “Filosofía para profanos”, una colección dedicada al ámbito del pensamiento que tiene como objetivo “facilitar el acceso a la filosofía de algunos autores, no explicando sus vidas o resumiendo sus teorías, sino ofreciendo, para cada uno de ellos, una llave con la que puedan ser leídos”. En las estanterías tenían dos libros de esta colección: “La amistad según Epicuro” y “La libertad según Hannah Arendt”. Me decidí por el segundo.

La autora, Maite Larrauri, empieza este libro contándonos la extrañeza que le causó encontrar en un artículo sobre la vida de Hannah Arendt (1906-1975)  escrito por su amiga Mary McCarthy (1912-1989) un halago a la belleza de sus piernas. Recordé entonces “Friedrich Nietzsche en sus obras” de Lou Andreas Salomé y busqué en sus primeras páginas: “Incomparablemente hermosas y de noble formación, hasta atraer de manera involuntaria hacia ellas la mirada, eran las manos de Nietzsche, de las que él mismo creía  que revelaban su espíritu”. Unas piernas, unas manos. Una buena manera de introducirnos en la obra de dos pensadores, Hannah Arendt en el artículo de Mary McCarthy, Friedrich Nietzsche en el libro de Lou Andreas Salomé, a través de sus cuerpos; una buena manera de no olvidar que la filosofía no nace de seres etéreos que hablan de ideas gaseosas. Quizá por ese motivo no le gustaba a Hannah Arendt que la denominasen filósofa: “ya que Arendt no se identifica con los filósofos que <<adoptan el color de los muertos>>, esto es, que entienden que deben liberarse del cuerpo y situarse al margen de la humanidad común y corriente”.

            Maite Larrauri luego se sumerge –nos sumerge- en el pensamiento de Arendt haciéndolo latir, dándole vida gracias a su exposición, a los párrafos elegidos de la obra de Hannah Arendt, y a los estupendos dibujos de Max.

            ¿En qué consiste “pensar”? ¿Por qué es peligroso hacerlo? ¿y no hacerlo, qué consecuencias tendría? ¿Cuándo coinciden el pensar y el actuar? ¿qué entendemos por libertad? Nos iremos a la plaza pública ateniense, nos encontraremos con Sócrates –¡ese tábano, ese pez torpedo, esa comadrona!- y nos veremos sometidos, como se veían sometidos los que se encontraban con él, a un sinfín de preguntas.

            p.23: “Pensar es una actividad más parecida a la que realizaba Penélope, que tejía durante el día y destejía durante la noche. Pero, a pesar de la ausencia de conclusiones definitivas, pensar nos impide ser crédulos y obedientes, no nos dejaremos tan pronto convencer por lo que todos dicen o por lo que dicten las modas o por los discursos oficiales. Nos habremos vuelto más atentos hacia lo particular, nos habremos alejado de las creencias comunes.
            Eso no significa que Arendt esté de acuerdo con el repetido dicho de que “pensar nos hace libres”: sólo pensar no nos hace libres, porque la libertad se muestra en la acción, en la intervención en el mundo para hacer aparecer algo que previamente no existía. Pensar es un ejercicio en soledad y, en cambio, ser libre es actuar, lo que requiere la participación de otros seres humanos.”

            “La libertad según Hannah Arendt”, como en los objetivos señalados al principio de esta colección es nada más –ni nada menos –que una llave para abrir la obra de Arendt, porque seguramente despertará a muchos lectores el deseo de leerla.

En junio se estrenará la película “Hannah Arendt” de Margarethe von Trotta. Se centra en la época que Arendt estuvo como reportera en la revista The New Yorker en el proceso contra el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann y que dio lugar a su libro “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal.”
           
            Patricia L.D.
           






Otros libros de la colección "Filosofía para profanos":

- El deseo según Gilles Deleuze.
- La sexualidad según Michel Foucalut.
- La guerra según Simone Weil.
- La felicidad según Spinoza.
- La potencia según Nietzsche.
- La amistad según Epicuro.
- El ejercicio según Marco Aurelio.
- La educación según John Dewey.